Algo va de 1993 a 2018.
Para empezar, van 25 años en los que ha cambiado Colombia y hemos cambiado los colombianos (¿Para mejor?, ¿para peor? Depende del sesgo de quien lo mire). Ha cambiado el mundo. Y, obviamente, ha cambiado la nalga de Mockus (¿Para mejor?, ¿para peor? Depende del sesgo).
Desocupada que soy a ratos, me puse a comparar las imágenes de cuando, siendo rector de la Nacional, en el 93, Antanas se bajó los calzones en el auditorio León de Greiff para pedir la atención de los estudiantes (la consiguió, sí, pero perdió el puesto), con las del nalgazo que le dio al Congreso –a donde llegó con medio millón de votos, entre ellos el mío por segunda vez- en la sesión inaugural del 20 de julio.
(Tropecé dos veces con la misma piedraaa, es hoy día mi canción).
No es una anécdota angelical como tratan de hacerla parecer sus idólatras. Hubiera querido ver sus reacciones si el de la pálida nalga se llamara Roy, José Obdulio o Armandito Benedetti.
Y comprobé, con vergüenza ajena y ternurita, que una cosa es un trasero político a los 40 –que tampoco es edad para andarlo pelando- y, otra, uno a los 66 (una cosa es una luna llena y, otra, un cuarto menguante). Y que una cosa es una acción inesperada en medio de ese joven jardín del disenso que es la universidad y, otra, una repetida (¿exhibicionista?), en medio de ese rancio rastrojo de lagartería y corrupción –con honradas y contadas excepciones- que es el Salón Elíptico.
Segundas partes nunca fueron buenas, dicen. Puede que lo que en versión original fuera una irreverencia pedagógica, en la copia reciente, apenas una ramplona ridiculez. La discusión está servida
Y, de acuerdo: en este país descuadernado la semiempelotada de Mockus no vale la pena. Aparentemente. Pasa que no es una anécdota angelical como tratan de hacerla parecer sus idólatras (hubiera querido ver sus reacciones si el de la pálida nalga se llamara Roy, José Obdulio o Armandito Benedetti, por ejemplo). No es tan inocente, ni tan pacífica (no escandaliza, a estas alturas una striptease más valiente gracia). Al contrario, impone y violenta. Algo muy típico de la agresividad nacional que el nuevo senador atiza con el argumento mesiánico de quererla erradicar.
Me pregunto si estos comportamientos atípicos: lanzarle un vaso de agua a la cara a otro candidato presidencial, agarrarse a puños con un estudiante que le dio de su propia medicina -boñiga en la mesa- en la campaña para la alcaldía, hacer pipí por una ventana sobre un grupo de manifestantes mientras gritaba: “me orino en sus consignas”…, obedecen a la ingenuidad de un genio o a la patente de corso de un prepotente. Tengo envolatada la respuesta (también la definición mockusiana de educación y cultura).
“Si volviera a vivir mi vida escogería Colombia, porque solo en Colombia se puede producir un Antanas Mockus”, dijo en el video de su reaparición en la vida pública, meses atrás. ¿Por qué, profesor? ¿Por qué vivimos del cuento, acaso?
ETCÉTERA: Y que no quepa la menor duda: me importan mucho más los líderes sociales amenazados, la corrupción, la impunidad…, claro que sí. Sólo que la pálida nalga de Mockus se posó como un copete de crema sobre el menú de degustación que ofrece el platanal. Irresistible.