/ Elena María Molina
Nacer no es sinónimo de estar vivo. Los seres humanos estamos llamados a encarnar, a encarnar el verbo. Es diferente el hombre creado el sexto día al mismo tiempo que el ganado y los animales que serpean, que el que fue hecho el séptimo día y al cual le fue insuflado el soplo, el soplo de vida. Los primeros existen en el colectivo como manada y los segundos son seres que manifiestan el amor y el poder del verbo. Verbo que es palabra viva y trasmisión que nos hace diferentes.
Que nos eleva, que nos reúne y nos invita a mirar hacia horizontes elevados, diferentes.
Estos tiempos que vivimos, donde la realidad nos devuelve la imagen de lo que en nuestro interior somos y hemos construido, nos muestran que hemos perdido la conexión con el verbo, que es nuestro fundamento. Hemos pervertido nuestra esencia, y la fe, que es liberación en todas las creencias, la cambiamos por la sumisión a un discurso destructivo, a un dios o a una estructura autoritaria. Y la autoridad cuando se impone, siempre se convierte en violencia en lugar de luz, de claridad. Y frente a la violencia el ser humano deviene servil, preso, esclavo, ganado.
Lo que estamos viviendo no es nada nuevo. Es nuevo para nosotros, pero el mundo lo viene padeciendo de generación en generación. La Inquisición, el terror de Auschwitz, el Goulag, Guantánamo. Podríamos seguir la lista por acá, con experiencias mucho más cercanas a nosotros y que ya olvidamos, como esos soldados y secuestrados tras las cercas de alambre.
Tremendo que sea la autoridad la que pretenda un orden sin verbo vivo que crea el horror. Ya sabemos que ese orden que se sigue al pie de la letra mata la vida.
La palabra viva, la palabra verbo, es lo único que nos permite luchar contra todo lo que nos mantiene como seres que existimos, no que vivimos. Esclavos. Cambiamos por espejismos de bienestar nuestra libertad. “La libertad brota cuando se despierta la libertad que duerme en cada uno”, dice Vergely. Y es la palabra verbo, la palabra viva la que puede despertarnos cuando la escuchamos desde el silencio de nuestros corazones. Necesitamos oír, escuchar palabras con aliento de vida, que nos despierten a la fe en el hombre y a su realización.
Nota: Ante la violencia – incluso verbal- que vivimos todos los colombianos, ¿cómo ser indiferentes? Ser indiferentes es ser cómplices. El cambio es desde cada uno, porque tanta violencia, mordacidad y cinismo están en cada uno de nosotros escondidos tras la apatía, la inercia.
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