Ante el misterio insondable de la muerte nos conmovemos profundamente. Es un estado interior con los contrastes más fuertes, más transparentes. Sentimos la pequeñez y la grandeza de ser humanos; nos acercamos con humildad al universo mundo. Hacemos una brusca conciencia de que nacimos desnudos, solos y que partimos sólo con nuestra esencia, con el equipaje de lo realizado. La muerte de nuestro papá, Rafael Vega Bustamante, nos conmueve en el plano de la relación filial (y hablo en nombre de sus nueve hijos y 14 nietos) hasta lo más hondo de nuestra melancolía. Nos permitimos entrar en el espacio más recóndito del alma para re-cor-darlo y sentirlo y después emerger al espacio de la alegría serena y musical y darle gracias a este gran hombre que vivió plenamente sus 91 años recién cumplidos el 5 de Junio.
Rafael Vega murió como vivió: intensamente. Sólo se permitió seis días en la Clínica Cardiovascular con el solícito cuidado de los colegas y enfermeras de esta hermosa institución, con nuestra hermana Ana María al frente. Gratitud especial al personal de la clínica que acompañó respetuosamente su proceso y nos ayudó a brindarle a papá una gran calidad de muerte. El arte de morir no está cultivado en nuestra cultura y la vida nos dio ese regalo. El papá estuvo consciente todo el tiempo, hablaba poco a través de su máscara de oxígeno pero tuvo fuerzas para dar recomendaciones telefónicas a su amado Teatro Metropolitano, para pedir un cuaderno y empezar su última crónica musical, para protestar porque no podía trabajar, para entreleer uno de los libros recibidos en su reciente cumpleaños, para hablar con sus hijos, sus nietos, sus hermanos y sus amigos cercanos. Y eligió el 24 de Junio, Fiesta de Juan Bautista, fiesta del fuego, para iniciar su viaje de retorno. En la tarde de este domingo tuvimos la maravillosa confluencia de 11 de sus 14 nietos, de sus hijos, de monseñor Guillermo Vega -su hermano- y de Mario F. Londoño Vega, uno de sus sobrinos más queridos y compinche musical de papá. Y después de una oración grupal y de entregarle nuestro amor y nuestra gratitud se puso tan contento que sacó fuerzas y aplaudió como lo hizo tantas veces en sus deleites musicales. Luego nos pidió que le dejáramos descansar para hacer su siesta habitual. A los pocos minutos le pidió ayuda a Ana María y alzó el vuelo.
Esta muerte tan serena, tan consciente y tan fluida es un poderoso bálsamo para el dolor de los que quedamos. Igual nos reconfortan con hondura las múltiples manifestaciones de solidaridad y afecto que hemos recibido. El lunes 25 en la velación y en el sepelio se tejió una inmensa red de amor matizada por ese arte que tanto amó y difundió Rafael Vega: la música. Gracias infinitas al maestro Alberto Correa y a Alfonso Arias por el regalo musical que permitió al espíritu de nuestro padre retornar en medio de la música. Oyendo apartes del Mesías y el Air de J. S. Bach que nos brindaron, recordé las palabras de Correa. “Vega, en estas notas está entramado Dios”.
A-dios al abuelo, al papá, al suegro, al ser humano que luchó contra sus límites; buen viaje al librero, al musicólogo, al futbolista, al promotor y gestor cultural, al locutor, al escritor, al aprendiz eterno que nos dejó enormes huellas en el alma y que viaja con lo transformado en este pequeño rincón del mundo que ahora es más culto, más musical, más espiritual gracias a sus sueños y a sus realizaciones.
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La muerte del padre
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