/ Etcétera. Adriana Mejía
Con esa obsesión que por Medellín compartimos tantos, mi archivo periodístico (físico) fue adquiriendo una panza tan descomunal, que, muy a mi pesar, tuve que someterlo a una liposucción.
En medio de recortes amarillos y trasnochados: polillas disecadas y materiales muy interesantes relacionados con la ciudad. Verdaderos sobrevivientes entre los que sobresalen estudios, análisis, visiones, comentarios, noticias…, artículos esclarecedores e imperecederos.
También los hay curiosos. Uno de ellos: “Medellín: esfuerzo y democracia”, firmado por Michael Scully y publicado en la revista Selecciones en 1949, cuando a muchos de nosotros nos faltaban años para existir. Me llamó la atención por elemental e ingenuo. Por la superficialidad con la que el autor, luego de una visita casi celestial, traza pinceladas de una pequeña urbe de ponqué que humilde y modosa se esconde entre montañas y, en ejercicio de perfecta convivencia, da sopa y seco a cualquiera otra ciudad con la que se compare.
¿De cuál Medellín habla este señor?, ¿de mi Medellín? Dos veces lo volví a leer. Y saqué tres conclusiones: o el mundo estaba en pañales, o este valle de lágrimas fue alguna vez un paraíso terrenal o míster Scully era un tontarrón de los pies a la cabeza. (Aquí entre nos, me inclino más por la última opción).
Reproduzco algunos apartes textuales:
“Medellín no hace esfuerzo ninguno por atraer al turista…, no hace alarde de todas las comodidades de la vida moderna en un medio al que tres siglos han impartido exquisita madurez” (subrayo: exquisita madurez).
“No hay bullicio ni nadie atropella a nadie. La gente lleva al trabajo sus buenas maneras, su sonrisa y su religión… Pero ello no significa que la solemnidad piadosa se imponga en todo; éstas son gentes que cantan en las calles… La religión es el factor equilibrante de una vida feliz” (la procesión iba por dentro).
“El hallarse tan aislada hizo de aquella región una especie de refugio para los rudos vascos españoles… Encontraron en el territorio una tribu indígena de civilización adelantada, los catíos. Indígenas y españoles se entendieron desde el principio. Hoy en día es el único lugar de los países indoespañoles donde no se percibe la supervivencia del conflicto oculto entre conquistadores y conquistados” (ejem, ejem).
“¿Qué es lo que sostiene a esta simpática civilización? Un hondo sentido del bien común. Un reconocido industrial dice: nunca ha habido aquí marcadas divisiones de clases. Hemos tenido que depender los unos de los otros, concedernos unos a otros iguales oportunidades de avanzar” (y el buenavida Michael creyó sin más. Sospecho que no era periodista).
”La característica que más justamente podría llamarse común a los habitantes de esta simpática ciudad es un sentimiento de igualdad muy semejante al de los cuáqueros… Ese es el espíritu de Antioquia… Un lugar tan civilizado como cualquier otro que se encuentre hoy en el mundo”. (Gracias míster, aunque de igualdad pocón, pocón. En cuanto a la comparación con los cuáqueros, ¿es una flor?)
Etcétera: Motivo espacio no pude reproducir el artículo completo, incluyendo algunas descripciones paisajísticas en las que, a lo mejor, sí acertó. Sólo que el soporte de sus impresiones de señorito de sombrero y traje blanco, que pasa por una ciudad exótica a vuelo de pájaro, es de una ligereza…, por no decir de una irresponsabilidad… En fin, abonémosle la buena voluntad.
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