Tan importante como tener una buena comida es compartirla, incluso cuando ello se hace en medio de la austeridad y la comida raya en la frugalidad. Parece que se trata de un rasgo que nos distingue de ciertos animales y que introduce un plus más allá de las proteínas o carbohidratos: comer con quienes apreciamos conlleva elementos que no siempre se podrán cuantificar, y son, por lo tanto, absolutamente subjetivos. De manera que frente a la pregunta qué es comer rico y sabroso habrá que responder que depende de con quién se está acompañado. Fue el finado Sebastián Pérez el que me introdujo en la metafísica del buen yantar, y me reveló hace algún tiempo que la palabra compañero significa justamente eso: compartir el pan.
Pero el tema de la importancia parece no agotarse en esta presencia física del otro a la hora de comer; al respecto, nos dice cierta autoridad en el tema de la antropología de la alimentación, que incluso cuando estamos solos, comemos con los recuerdos: así que nunca estamos solos cuando comemos, que el pasado, la tradición y, por supuesto, las historias que elaboramos alrededor del comer durante nuestra existencia marcan de alguna manera nuestra memoria gustativa.
Me ha pasado que, al probar ciertos alimentos, al escuchar el crujido que hacen las masas al entrar en contacto con el aceite caliente, al oler una que otra preparación o fruta, así como el sentir que se cocina la arepa al rescoldo en algún fogón de carretera, vienen a mi memoria ciertos recuerdos y sentimientos.
Sin duda, el mundo de la cocina lo es también de la memoria. No se deja de pensar tampoco en las palabras de las abuelas: más vale un bocao tranquilo y bien acompañado que un banquete en discordia.
Por: Luis R. Vidal