Por: Luis R. Vidal
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Casi siempre estamos comiendo o pensando qué vamos a comer o cocinar, y a veces lo hacemos sin estar movidos necesariamente por el hambre. Aquí algunas ideas:
Cocinar puede ser una manera de paliar los momentos tristes y reflexionar en medio de tiestos, hervores y mezclas. Incluso cocinamos para tomar distancia frente a una situación particularmente compleja o desagradable, como un tiempo para despejarse, en la aparente simpleza de adobar o cortar vegetales; he llegado incluso a cocinar por simple gusto, sin que me mueva la imperante necesidad del deber o tener que alimentarme. También más como terapia y menos como una obligación, más como una cierta manera de disipar las embestidas de la existencia y menos como algo que se nos impone como seres vivos.
Pero todo hay que decirlo: también lo hacemos para recordar personas, lugares o momentos que nos resultan memorables. Cocinar es volver a los lugares comunes, volver con quienes ya no están. En el pasado, cuando dependíamos casi totalmente del entorno, cocinábamos por necesidad, para hacer comestible aquello que de forma natural no lo era. Esta es una de las ventajas de cocinar: mejorar el sabor de los alimentos, volverlos agradables al paladar, al olfato y a la visión, incrementando el valor nutricional y estético de los alimentos. El antropólogo Claude Lévi-Strauss nos dice que cocinamos para demostrar que no somos animales, pues ellos, por naturaleza, comen crudo; pero también porque carecen de las maneras de la mesa, es decir, de modales, y por supuesto, del maneje que empleamos para hacerlo. Y ni qué decir del control y las mañas que se deben tener cuando se decide cocinar, porque nada exige tanto cuidado y demanda de atención como cocinar: el más mínimo descuido puede resultar fatal en el espacio culinario.
Con el tiempo, cocinar se volvió otra manera de comunicarse, de decirles a los otros lo mucho o poco que les apreciamos. Bien que los antiguos africanos, que serían luego esclavizados en América, emplearon el cocinar como una de las muchas maneras de resistirse contra la asimilación a la que fueron obligados física y moralmente; así defendieron aquello que consideraron les era fundamental para hacer llevadera la existencia. Por supuesto que cocinamos también para socializar y poner e imponer nuestras barreras culturales, para identificarnos con aquellos con los cuales compartimos una historia común. El cocinar es, además, una de las maneras como nos divertirnos y festejamos: durante nuestro ciclo vital estamos marcados por sabores, olores y texturas, marcamos los días felices, y también la tristeza por la partida de un ser querido, cocinando y comiendo alimentos amargos y sosos.
Cocinamos para ganarnos el pan con el cual damos sustento a nuestros hijos o parientes, es decir, como negocio: monetizamos una tarea para la cual otros no están preparados, porque no les gusta o le tienen aversión a cocinar; esto, técnicamente, se denomina mageirofobia. De colofón la idea de Richard Wrangham: cocinar nos hace humanos porque ello encara lo mejor de nuestra historia evolutiva, porque gracias a ello suplimos no solo las necesidades puramente biológicas y materiales, sino también aquellas de carácter simbólico y existencial.