/ Elena María Molina
La vida es una fuente infinita que fluye y se renueva. Es una corriente donde la mente resuena, donde la manera de vivir se convierte en una filosofía de vida, o donde lo que decimos la va modificando. Vivirla y maravillarse, y vivir en la inquietud de lo que realmente ella representa. La vida es un milagro cotidiano. Y angustiante también. ¿Será que de ahí nacen los filósofos?
Nos toca vivir un gran cambio donde las imágenes pasan y nos mueven e impactan las imágenes interiores y tocan lo que nos creamos como conciencia individual, que nos es ajena a la colectiva, a las vivencias del colectivo. Y sin pensarlo dejamos pasar banalmente esos momentos de gracia. Todo sucede de prisa, el tiempo arrasa lo que quiere enraizarse como principio, como claridad, y crea desolación.
Si vivimos sin agradecer y sin conciencia, ¡no vivimos! Es el motivo que nos lleva a la más profunda indiferencia frente a nosotros mismos, frente al otro, frente a todo lo que acontece. Tantas situaciones aparecen, tantas catástrofes se generan por esa indiferencia, que ya no nos pensamos como vida, como milagro y como agradecimiento. El pensamiento del hombre actual ya no va de la mano con el recuerdo, va de la mano con el olvido. Con la inmediatez. Ya, es el propósito. La realidad es una ausencia: pasa y pasa. Me gusta pensar que podemos volvernos, regresar a referentes, a presencias y ver la realidad como algo que nos pertenece, para que los momentos cobren intensidad, vida. Me gusta pensar en ser presencia en nosotros mismos, en el otro, en esta ciudad, en este país, en la realidad que elegimos vivir. Me gusta pensar en la posibilidad de cambiar los bancos de imágenes de violencia, por otros más apacibles que deben nacer del interior individual. Quiero pensar que es posible un nuevo torrente de vida, de creación, donde todo nos toca, nada nos deja indiferentes y siempre, profundo, lo maravilloso de la vida. Que el pensamiento actúe y se renueve con la palabra que recupera sentido y poesía. ¡Qué falta nos hace la poesía!
Hay que recuperar el valor de los gestos que también pueden modificar el pensamiento y lo que uno es. ¡Qué falta nos hace la filosofía que nos invita a la reflexión y a la conciencia! El filósofo podría volver a pasear por estas calles estériles, sin corazón, y preguntarnos: ¿Sí avanzas? ¿Qué estás diciendo?
Qué bueno todo lo que nos maravilla; todo aquello que nos angustia, nos cuestiona, que nos desacomoda, es también lo que nos sorprende. Qué bueno lo tenaz que hace de la realidad una buena interlocutora para progresar y agradecer siempre.
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