Los códigos de honor y venganza que regulaban las relaciones sociales, en reemplazo del Estado ausente, fueron pulverizados por la bonanza del cultivo y la exportación de la yerba.
Cuenta la leyenda que el florero de Llorente para la conformación de las Farc, fue un robo de cerdos y gallinas que el mismísimo Tirofijo, antes de serlo, criaba en su parcela de la vereda Ceilán (Huila), en los tempranos cincuenta del siglo pasado.
Verdad o mentira, lo cierto es que no es el único caso en el que los animales de granja han desempeñado papel protagónico en puntos de quiebre del país.
En Pájaros de verano, largometraje de Ciro Guerra y Cristina Gallego: un poema, en lenguas wayuunaiki y español, sobre la génesis de la violencia narco que nos catapultó al mundo en la década del noventa, fueron treinta cabras, veinte vacas y dos mulas exigidas como dote a Rapayet –de la familia Abuchaibe-, por Úrsula -la matriarca de los Pushaina-, para entregarle a su hija Zaida, el florero de Llorente para la aparición del gangsterismo guajiro (y colombiano, si lo sabremos y lo sufrimos en Medellín).
El poema –la belleza del filme sobrevive a la violencia que hace ciertas concesiones al western comercial, sin restarle, por fortuna, majestuosidad a la narración- está dividido en cinco cantos que condensan, en 125 minutos, la transformación que sufrió La Guajira entre 1968 y 1982: desde el comienzo enraizado en las costumbres milenarias de los wayúus, hasta la pérdida final de sus valores ancestrales.
Los códigos de honor y venganza que regulaban las relaciones sociales, en reemplazo del Estado ausente -el plato más típico en tantas regiones de Colombia, adobado esta vez por gringos inconscientes, policías corruptos y paisas sin agüeros, alijunas unos y otros-, fueron pulverizados por la bonanza del cultivo y la exportación de la yerba.
La flor de la marimba arrasó con todo y todos, recuerda este relato cronológico de “gángsters y espíritus” -al decir de Guerra y Gallego-, en el que los primeros ganan la partida a los segundos. Y la etnia se descompone.
Los directores vuelven a demostrar full color –recordar que El abrazo de la serpiente es en blanco y negro-, que hasta para relatar la violencia la belleza existe: las mantas guajiras que mueve la brisa del mar, la arena infinita que confunde los límites del desierto y la playa, la expresión inexpresiva de los rostros, la conversación escasa, los pájaros de verano…
“Pájaros de verano nos pareció un filme muy bello, que hablaba de una manera muy diferente de temas conocidos y reconocidos en el cine policiaco: los clanes, el tráfico y la venganza… La puesta en escena nos llenó el espíritu”, manifestó Édouard Waintrop, seleccionador de la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, luego de que la película fuera escogida para abrir el evento hace dos meses. (Logró aclamación de crítica y público).
Y, seguro, va a ser tenida en cuenta para los próximos Óscar; si yo fuera de la Academia la nominaría de una. (Sobresaliente el trabajo de esta pareja de cineastas).
Mientras, con o sin estatuilla, cuidadito se la pierden.
ETCÉTERA: ¿Será que hay gente que no entiende qué es ir a cine? Me refiero a gente adulta. Señoras y señores que hacen costurero durante la película. Qué tal. Si quieren socializar, quédense afuera. ¡Maleducados!