Creemos que ser felices nos impide la tristeza, la indignación, la rebeldía. ¡Y no! Podemos ser felices y estar tristes, indignados, beligerantes, revolucionados.
Eso de tener amigos secretos con quien compartir los silencios y la soledad es maravilloso. Me encanta conversar con ellos, ellos que me contemplan, que me cuestionan.
Impertinentes, aparecen y desaparecen del panorama, se esconden en los rincones del alma y de pronto, como un relámpago, nos dicen lo que necesitamos oí.
Ya hablé de Vergely –el intenso-, lo he visto solo una vez en que compartimos una semana de aprendizajes. Sin embargo, él me acompaña siempre, me encuentro con sus escritos cuando algo se me escapa y necesito reconectarme con una idea, con una energía, con su conocimiento.
Él sabe y habla siempre de la felicidad. La felicidad: una decisión. Uno decide ser feliz o no serlo. Uno la cultiva como virtud y ella, que es generosa, llama lo extraordinario. La felicidad es un estado de equilibrio.
Creemos que ser felices nos impide la tristeza, la indignación, la rebeldía. ¡Y no! Podemos ser felices y estar tristes, indignados, beligerantes, revolucionados.
Como Vergely, amo los corazones felices, eso se siente desde que cruzamos con ellos una mirada, un contacto. ¡Uy, qué delicia!, y si nos comparten sus angustias, se siente que son felices; si lloran, no importa: se siente que han optado por serlo y que entre ser y estar hay un abismo.
Ser feliz es una decisión, de otra manera uno se rompe con los seres pesimistas, negativos, esos que se mantienen poniéndole condiciones a la felicidad. Esos son veneno, seres nocivos que, con su pesimismo insoportable, destruyen la vida.
Además, el ser feliz tiene que ver con el buen humor. Es un llamado a lo extraordinario, a la risa, a las sonrisas. El buen humor de un ser humano es un llamado a dios, a generar su respuesta espontánea que renueve más risas, interiores o exteriores, poco importa, y en esos momentos donde estamos solos, reírnos tiene una magia particular. Dicen que solo los niños, los locos y los budistas ríen sin motivo: qué delicia.
La felicidad es un clamor, una libertad, un grito de supervivencia, de lo contrario vamos a ir muriendo de pesimismo, de desesperanza. No tenemos la opción: hay que ser felices.
Nos recuerda Vergely que Voltaire dice que ser feliz es bueno para la salud, así que cada día opto, propongo y clamo por la felicidad. Y de lejos prefiero los seres que optan por los caminos del corazón, sobre los que propone la razón.