/ Elena María Molina
La fe es conocimiento. “Es razón viva y razón en acto”, dice Vergely, y añade que el problema es que para la razón, como hoy en día la entendemos y la practicamos, es muy difícil admitirla porque nos olvidamos de ver el mundo como un cuerpo, como un universo vivo. Y continúa: “Desde el punto de vista del entendimiento nada es menos razonable que la subjetividad, más peligroso que la inmediatez y poco digno de interés que el impulso”. Pero si nos aferramos a la razón viva, la subjetividad, la inmediatez y el impulso son asuntos fundamentales en la humanidad por su intervención.
Se nos exige ser objetivos, no tomar partido, no creer en nada, ser imparciales sin sentirnos miembros de este cuerpo viviente en que estamos. Se nos exhorta a llegar a la indiferencia. Y ella se apodera de espacios en la humanidad y de cada poro de nuestra vida. Se nos mete en el cuerpo como el peor de los virus.
Fe es conocimiento de un mundo vivo, para una mirada amorosa y viva. Fe es un gesto que nace de una permanente relación consigo mismo que permite una buena relación con el mundo que nos rodea. Adentro y afuera. Mantenernos vigilantes sobre nuestro interior permite que el espíritu encuentre razones, de lo contrario el sin sentido y el vacío nos asedian y ahí sí caemos en la irreflexión.
La reflexión sobre sí mismo es la gran meditación que nos lleva a la consciencia profunda de cada uno. Hay que osar hacerlo, en eso consiste no quedarnos en la pasividad, pensando que cualquier clave en la vida proviene del exterior. Esperando señales que están ahí desde siempre, ellas esta selladas como un contrato de vida, en lo mas íntimo de cada uno. Al entrar en contacto con ellas percibimos que la fuerza proviene siempre del interior de cada ser humano y que en contacto con la energía del todo lo que nos rodea, podemos ser, mejor aún, podemos devenir individuos llenos de fe y de fortaleza. Sentirlo así permite que el impulso sea algo más que un simple movimiento. Tiene previo y tiene consecuencia. Sabor de eternidad. Eternidad humana porque se genera y pasa por lo profundo, lo más emocionado y vital.
La fe es un impulso vital que toca, genera y emociona. Tiene todo que ver con cada uno de nosotros. Todos somos resultados del impulso, de un impulso de vida que generalmente lleva en su interior un impulso de amor. Cada día tantos impulsos nos mueven, cada día es la fe lo que nos mueve.
Para lograrlo, la única forma de hacerlo es regresar a nuestro interior, ahí mora la eternidad, sentimos el flujo de la vida correr, esa fuerza viva que viene desde siempre y que nos abre hacia una realidad individual, lo que somos. El hombre es mortal y es eterno. Y esto nos libera. Nos abre a una dimensión que va mucho mas allá del inmediato agobiador. Porque en uno vive el que realmente es.
El hombre interior es el que nos libera del olvido y exige despojarnos de la vanidad. Ahí somos. El hombre interior es el que nos salva de mantenernos confundidos y desconocidos. El que nos permite vivir sin que la vida pase por el lado sin darnos cuenta. El hombre interior es el que nace cada día. El que se ve, el que ve con alegría.
Nota: Esta columna nace como reconocimiento a Pedro Gómez. Un ser humano que vivió con alegría y quiso hacer de su entorno un lugar amable, delicioso y apacible. Consciente.
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