Los 4 impactos al yo naciente son actos de violencia activos unos, pasivos los otros, que impiden el proceso de llegar a ser humanos. Nuestro ser triple (cuerpo, alma y espíritu) se expresa en la individualidad, en el Yo humano. Y entendemos por Yo “aquello que experimentamos como el íntimo núcleo de nuestro ser y en virtud de lo cual sabemos que existimos”. (B. Lievegoed)
Colombia está cerca de un proceso de paz, que pretende, entre otras cosas, que los grupos armados no oficiales dejen las armas y encuentren caminos políticos para trabajar por una Colombia menos desigual ¿Pero está ahí la verdadera paz? La paz no es sólo la ausencia de guerra. Paz viene de ‘pak’: trabar, fijar, ensamblar. El verbo es ‘pacare’ que significa calmar, pacificar. Construimos paz cuando el ser humano en ciernes, puede crecer en paz, cuando es respetado en su desarrollo. Ya esbocé las situaciones que alteran el desarrollo del Yo. Ahora voy a nombrar los 3 momentos en que el yo se despliega en la evolución del niño.
El primero es la “conciencia del yo” alrededor de los 3 años. Es la edad de los primeros recuerdos. El niño descubre que está separado de la madre y que se puede oponer al mundo; es la edad de la obstinación, cuando aprende a decir no. Scheler dice que el ser humano es portador de un yo, cuando “puede-decir-no”. En la contradicción con el mundo se ejercita la conciencia del Yo. En este momento el niño es una esponja, un “órgano sensorio” que absorbe sin barreras todo lo que se despliega en su entorno. Aquí el yo incipiente se nutre de la fuerza moral que vive en el yo de los adultos. Por eso los actos incoherentes, las acciones violentas, las mentiras y el abandono, impactan tan fuerte ese yo inmaduro. Las artes plásticas son un acompañante y un protector seguro en esta edad. Si tuviéramos más cuentos, más pintura en esta época, los niños crecerían más sanos.
La “vivencia del yo”, entre los 9 y los 10 años, arraiga en los estratos profundos del alma, unida a la vida emotiva. El niño descubre una nueva relación con el mundo y lo que fue apertura en el primer período, se transforma en exploración cautelosa. El niño “percibe como una tragedia la presencia de su yo, separado del mundo externo” (Ibíd.) Sale del paraíso de la infancia y se siente frágil y desnudo. Por eso construye casitas, refugios, castillos interiores desde donde avista el mundo. La música y el drama apoyan la evolución del joven. Aparece la necesidad de escribir. En la actualidad, se abre al mundo a través de las redes sociales, al principio con temor e inseguridad.
Asistimos al tercer momento entre los 17 y los 18 años cuando nace el deseo de “realizar el yo en el mundo”, lo que se logra en función de la actividad personal. Se inicia la búsqueda de la profesión. Esta realización del yo “va de la mano con un vigoroso idealismo” (Lievegoed). El joven está dispuesto a todo tipo de sacrificios y esfuerzos. Y sólo más tarde encuentra un camino más personal para esta realización que se inicia cuando interioriza la voluntad del yo y empieza a trabajar sobre sí mismo. Se inicia la autoeducación.
A los 21 años “nace el sol en el alma humana”. El yo está encarnado en el cuerpo y empieza el camino de la individualidad. Del despliegue adecuado del yo en el alma, depende la realización de cada ser humano y su relación -pacífica o violenta- con el mundo.
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