/ Álvaro Navarro
En el cine, en más de una ocasión, hemos sido espectadores de escenas ambientadas en algún lugar del Mediterráneo en tardes soleadas de verano. En grandes patios, se desarrollan reuniones o fiestas bajo la sombra de un parral; el escenario principal es una mesa larga llena de viandas y garrafas con vino, alrededor de la cual se reúnen familias y amigos para celebrar el evento o fiesta que ese día los ha convocado.
Estas celebraciones duran varias horas e incluyen mucha comida y licor; generalmente están animadas por alguien que toca el acordeón, los participantes cantan y en algunas oportunidades todos danzan: abuelos, niños y jóvenes. Ejemplo de ello pueden ser el matrimonio de Michael Corleone y Apolonia en El Padrino, o las vacaciones de Celine y Jesse en las islas griegas en la película final de la trilogía Antes del Anochecer, que relata una relación entre estos dos personajes, iniciada en un viaje nocturno de tren varios años antes.
En estas fiestas están presentes los elementos de lo conocido como dieta mediterránea, que, entre otras cosas, es el tipo de cocina y vida existente en el sur de Europa y el Norte de África y a mediados del año 2013 fue incluida por La Unesco en su “Lista Representativa de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad”. Pero, ¿a que se refiere exactamente la Institución cuando habla de dicha dieta?
Para ello, es bueno recordar que en la disposición de su pirámide alimenticia, su base está constituida por pastas, arroz, cereales, pan y aceite de oliva; sobre ella, y a un nivel superior, encontramos los productos vegetales y frutales que son los que aportarán fibra, minerales y vitaminas; en el próximo están dos grupos que provienen de cantidades menores de lácteos, carnes, nueces y semillas, los cuales aportan proteínas, calcio, hierro y zinc; y, finalmente, en el nivel superior, hay cantidades moderadas de otras grasas y azúcares, las que solamente aportan calorías.
En los pueblos mediterráneos está previsto complementar la dieta anterior con actividad física regular, descanso apropiado, consumo de agua, tisanas, productos naturales amigables con la naturaleza y cantidades moderadas de vino tinto. Esta fue la propuesta que hicieron a la Unesco los siete municipios o localidades de Portugal, España, Italia, Croacia, Chipre y Marruecos que promocionaron el reconocimiento de este estilo de vida como patrimonio inmaterial de la humanidad.
En síntesis, este estilo está relacionado con el conjunto de conocimientos, competencias prácticas, rituales, tradiciones y símbolos asociados a los cultivos y cosechas agrícolas; a la pesca y la cría de animales y también a la forma de conservar, cocinar, compartir y consumir los alimentos, preferiblemente alrededor de la mesa familiar o de amigos, lo que facilita el intercambio social y la comunicación y fortalece aquellos lazos que configuran la identidad familiar, del grupo o de la comunidad.
Son temas que se potencian en las celebraciones patronales de sus aldeas o municipalidades, donde tienen presencia muy importante los productos de las tierras y cocinas de cada región, con mercados y comidas cuyas recetas se han transmitido por centurias, conservadas de generación en generación a través de las palabras y enseñanzas de abuelas, madres e hijas.
De esto se trata la dieta mediterránea; para mi gusto, sus propiedades aparecen también en los usos y costumbres que en su momento nos transmitieron nuestros antecesores.
Este texto está basado en información de la Unesco e información de cinematografía proporcionada por Paula Restrepo. Un video al respecto, se encuentra en https://www.youtube.com/watch?v=XFiIgmwFzzk
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Buenos Aires, septiembre de 2014
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