Cuando me gradué como médica tenía menos de ocho horas de conocimientos en nutrición, confundía carbohidratos con grasas, creía que los vegetales y las frutas eran grupos de alimentos aislados de los otros macronutrientes (grasas, proteínas y carbohidratos) y lo único que miraba en las etiquetas eran las calorías, que según la ciencia del momento se consideraban iguales sin importar de qué alimento o paquete provinieran.
Los tiempos han cambiado, y aunque aún falta mucho camino por recorrer para que a los futuros médicos los eduquen en pro de cuidar de la salud de los pacientes además de diagnosticar y tratar sus enfermedades, la gente del común y los mismos médicos se han dedicado de manera autodidacta a entender las raíces de la enfermedad y a la búsqueda de estrategias para conservar la salud.
El alimento es una de las herramientas que a pesar de tener tanto poder terapéutico ha sido difícil de investigar. Tiene muchas variables, es complejo hacer estudios por tiempo prolongado, la interacción entre los nutrientes y los genes es infinita, pero sobre todo, a ninguna farmacéutica le interesa investigar acerca del poder preventivo y sanador de los alimentos, al menos a gran escala.
Seguro has oído hablar de dieta mediterránea, dieta paleolítica, dieta baja en carbohidratos, vegetarianismo, veganismo, ayuno intermitente, dieta anticáncer. ¿Pero cómo saber cuál es la dieta ideal?
La respuesta a esta pregunta no es clara aún para la ciencia, pero hay aspectos evidentes, que más que dogmas son aprendizajes evolutivos sumamente relevantes a la hora de conocernos como especie.
Hace 20.000 años el hombre del paleolítico se alimentaba de pequeños animales, carroña, semillas, frutas, miel que aprovechaba ocasionalmente, raíces y pescado. Tenía su piel expuesta a la luz solar, se movía permanentemente en busca de alimento y sus ritmos se alineaban a los ritmos de la naturaleza. El hombre actual conserva la marca genética del hombre del paleolítico, pero sus costumbres se han modificado de forma drástica especialmente en el último milenio.
Como fuimos diseñados para adaptarnos a la hambruna y aprovechar al máximo los alimentos, nuestros hábitos actuales de alimentación y movimiento han hecho que en los últimos 50 años el sobrepeso y la obesidad hayan aumentado de una baja cifra de entre el 5% al 10% a un alarmante 60% a 80%, dependiendo de la población.
Entonces, ¿Qué comer para estar sanos? Llevar una dieta paleolítica típica en pleno siglo XXI puede no ser sostenible, pero acercarnos a los hábitos de nuestros ancestros es sin duda una buena estrategia para conservarnos sanos.
Una de las dietas que más beneficios ha demostrado para la salud y que más evidencia científica tiene es la dieta mediterránea, que se acerca un poco a nuestros ancestros paleolíticos y que mantiene costumbres ancestrales desde el origen de la civilización.
En conclusión, busca que la mayoría de tus alimentos provengan del campo, come proteínas de buen origen, grasas naturales sin procesos, frutas en su forma natural, vegetales, nueces y tubérculos. Consume pocos cereales; estos aparecieron mucho más tarde en el proceso evolutivo, y aunque permitieron que hoy estemos aquí por su gran contenido calórico y su facilidad de cultivo, son en parte los culpables junto con los azúcares y comidas procesadas del aumento exponencial de las enfermedades crónicas asociadas al sobrepeso y la obesidad. Estas no solo son prevenibles con alimentación sino también con hábitos ancestrales como el movimiento, el sueño reparador y la conexión con la naturaleza.