En momentos de crisis, apelar a nuestra condición de seres pensantes, con capacidad individual de discernir y tomar decisiones.
En medio de la semana más dura de la pandemia, el gobernador encargado de Antioquia, Luis Fernando Suárez, lanza un llamado angustioso: “No tenemos un policía para vigilar a cada ciudadano. Por eso los invito a cumplir por convicción, de corazón, las nuevas medidas que tomamos para combatir el COVID-19”. Y no le falta razón: el esfuerzo descomunal del sector de la salud y de las autoridades por contener la nueva ola de contagios y decesos por el coronavirus necesita, más que nunca, del compromiso y la conciencia de todos.
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En este año de pandemia, la semana del 8 al 13 de abril quedará grabada en los anales de la historia como el momento más crítico para Antioquia. El 10 de abril fue el tope: 4.371 personas contagiadas, y el mensaje inédito de 20 hospitales y clínicas del Departamento que declaraban una ocupación total de sus servicios. El llamado del gobernador Suárez al autocuidado tuvo un matiz de desespero, al solicitarles a los motociclistas de la ciudad “hacer todo lo posible por no accidentarse”.
Una sociedad madura y responsable acata las medidas por convicción, no por obligación.
En momentos así es en los que debemos apelar al máximo a nuestra condición de seres pensantes, con capacidad individual de discernir y tomar decisiones. Desde que la humanidad vive en sociedad, es decir, en conglomerados que comparten problemas y soluciones comunes, a partir de consensos, tendemos a descargar la responsabilidad en otros. Pero es en estas situaciones de crisis en la que hay que mirar hacia adentro, y rescatar la voluntad, es decir, la facultad de decidir y ordenar la propia conducta.
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Los gobernantes hacen lo que les corresponde: tomar las decisiones -generalmente complejas, frecuentemente impopulares-; decretar medidas, y establecer el mecanismo para hacerlas cumplir. Y ahí está el meollo: una sociedad madura y responsable acata las medidas por convicción, no por obligación. La convicción de que lo que yo haga me afecta o me beneficia, y afecta o beneficia a los demás. Mientras los gobernantes fortalecen reglas, normas y preceptos comunes, nosotros, internamente, damos rienda suelta al libre albedrío de cuidarnos, porque sí, porque quiero, porque creo. La supervivencia está en juego.