Hace algunos años, en el metro de Medellín ocurrió un suceso que generó una transformación importante en el sistema. Un día un violinista decidió tocar dentro de un vagón, este fue expulsado del sistema y muchas personas se pusieron en la posición del Metro: pegarse a un reglamento que, para nuestra actualidad, tiene muchos puntos obsoletos.
Esta acción del violinista, generó que como acto de protesta y de forma simbólica, unos amigos se fueran con libros tomados de la Bibliometro, se pararan detrás de la línea amarilla en silencio, sin subirse al tren y sin desplazarse, solo ahí, quietos. Esto generó que el Metro no supiera cómo reaccionar y su única salida fue evacuar la estación San Antonio en hora pico.
Pero esta no ha sido la única ocasión en que el sistema no ha sabido cómo reaccionar o ha tenido unas salidas en falso en su comunicación; o no en falso, a su modo, desde su estructura patriarcal y conservadora. Patriarcal porque cuando fue gerenciado por una mujer, hicieron todo lo posible para verla salir y que llegara alguien de la fila del eterno Ramiro Márquez. Pero bueno, eso será tema para otro momento, esa eterna gerencia en el Metro, que se fue, pero sigue ahí.
Una vez una amiga no pudo ingresar al metro. Cuando llegó a comprar el tiquete, estaba llorando. Sufre de depresión y para el metro, es incorrecto que una persona se suba en esa condición
Lo cierto es que el Metro de Medellín, una institución adorada por sus ciudadanos, no permite la diferencia. Hay dos mundos en esta ciudad, antes de cruzar el torniquete y la que se encuentra al salir de allí. La Cultura Metro se sigue al pie de la letra, todo se controla de esa forma durante más de 25 años, no han permitido muchos cambios. Los únicos se lograron después de la acción de mis amigos en la estación, donde luego de ello, se pudo pensar un poco diferente, permitiendo el ingreso de bicicletas, dando mensajes diferentes en los altavoces, pensar un poco en la inclusión. No fue fácil, pero algo es algo.
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Sin embargo, recientemente el metro vivió otro suceso que quedó registrado. Una mujer trans fue expulsada del sistema, que si bien pudo haber diferentes circunstancias, fue de forma violenta, por más de cuatro policías, tomándola de pies y manos, sin importar que justificara y pidiera incluso que la acompañaran para constatar que necesitaba ir a su EPS y el metro era su único medio para ir.
No tuvieron en cuenta eso, solo que entró al sistema de forma, para ellos equivocada. Al metro no les importan las historias de los demás, solo que se cumplan las reglas y mucha gente les aplaude esto, a pesar que dentro del metro estas personas sean unas y saliendo sean otras. Defienden la Cultura Metro, pero no son capaces de llevarla a su cotidianidad y la verdad ¡siquiera no lo hacen!
El hecho es que el metro supo que se equivocó, no solo en el acto de la Policía que, aunque es otra institución, le sirve al metro y debe seguir sus políticas. Esta vez no hubo respeto ni cuidado. El metro tiene una deuda contra el acoso que viven las mujeres y la comunidad LGBTI, no es solo con publicaciones en redes sociales que se cuidan las personas, es con hechos.
Es momento de que el Metro de Medellín modifique muchas de sus posturas, no puede vivir en un maquillaje en una ciudad que no se comporta así. Medellín no es la cultura metro, no lo evidencia en su día a día.
Una vez una amiga no pudo ingresar al metro porque cuando llegó a comprar el tiquete, ella estaba llorando. Sufre de depresión y para el metro, es incorrecto que una persona se suba así porque podría intentar suicidarse. Ese día mi amiga tuvo un mal día, suicidarse para ella no es una opción, el personal del metro no le acompañó, no le ayudó a que esperara a alguien y tratara de calmarse. No, solo le dijo que no podía subir y que se fuera.
Ahí tienen su cultura y su forma de defender a un sistema que no piensa en la gente, sino en mantener su calidad de “vida”.
Por: Daniel Suárez Montoya