/ Jorge Vega Bravo
La evolución en los reinos animal y humano está ligado a un proceso de interiorización. Escribí en la columna anterior sobre el gesto embriológico de plegado como fenómeno evolutivo que permite la creación del espacio interior. En este proceso perdemos vitalidad y ganamos conciencia.
La evolución del mundo animal va desde procesos abiertos al medio, hacia un mundo que se retrae e interioriza. Los invertebrados más perfectos –insectos y artrópodos– llegan a un nivel de desarrollo que es su límite. Los invertebrados marinos (pulpos, estrellas) tienen muy desarrollados los sentidos y se dejan arrastrar por ellos. En los peces, primeros vertebrados, los sentidos se integran en un centro de comando: el cerebro. Los anfibios logran interiorizar el pulmón, pero necesitan estar cerca del agua. Los reptiles controlan su propia humedad, pero no pueden controlar el calor por sí mismos. Las aves son capaces de generar su propio calor: un gorrión puede alcanzar 45º C en su interior, mientras afuera imperan -30º C. Todos los vertebrados tienen en común la postura de huevos. Y mientras más atrás en la evolución, mayor número: un pez pone hasta 70 millones de huevos, un anfibio 10 mil, un pájaro entre 5 y 15. En los mamíferos, vemos que la reproducción ya es interior: aparecen la placenta, el útero y la nutrición con leche. Los mamíferos conservan los logros anteriores y conquistan la reproducción interior (A. Husemann).
La antropología antroposófica considera al ser humano como un reino diferente que conserva estos logros pero utiliza su cuerpo de una manera nueva. El ser humano se yergue, habla y piensa y en este paso evolutivo interioriza algo. El ser humano interioriza la función de las extremidades anteriores que se liberan de la tierra, se vuelven superiores y liberan la musculatura del pecho. Se crea la laringe, y el rostro adquiere músculos sutiles capaces de expresar lo que vive adentro. “La actividad de las extremidades se interioriza en el hablar y en el pensar”. La musculatura de la cara no está sometida a fuerzas físicas sino anímicas. La vitalidad cede y pasamos de la vida a la vivencia. La vida del alma aparece en la medida en que se transforma la vida orgánica (Ibíd.)
En el desarrollo del niño se recrea el proceso de interiorización: al año se yergue, a los dos años y medio se nombra como yo, a los nueve años descubre el mundo y alrededor de los 21 conquista su propio yo. Solo si contactamos nuestro yo, nuestro interior, podemos establecer un contacto adecuado con el tú, reconocer el yo del otro. Steiner retoma el llamado Sentido del Yo Ajeno. Cómo nos vendría de bien a todos los colombianos trabajar en el reconocimiento del yo ajeno como un paso clave para la reconciliación y el respeto. Las conversaciones de paz son una conquista necesaria, pero exterior. Necesitamos ir al interior del alma nacional y del yo individual para lograr la verdadera paz. “La conciencia de uno mismo como yo eterno, solo puede madurar cuando el hombre se enfrenta conscientemente a todo aquello que impide el desarrollo de la conciencia: todas las debilidades humanas se oponen a este desarrollo” (M. Glöckler).
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