Los antiguos chinos decían que cada órgano tiene un alma y que todas las almas se relacionan con el alma del corazón o Shen. Una de las afirmaciones que más me sorprende de la fisiología planteada por R. Steiner y expresada en parte en el curso impartido a un grupo de médicos jóvenes en 1924, es que el corazón funciona como un órgano de los sentidos cuya labor es percibir el estado interior y el equilibrio anímico del ser humano. Es como si pudiera percibir las cualidades de la sangre que ha llegado de todo el organismo y ordenar estos elementos en una totalidad. El corazón es el órgano del yo.
El corazón humano es un órgano con características únicas: tiene su propio sistema de regulación del ritmo y tiene músculos estriados -que a pesar de ello- se escapan del control de la voluntad humana; en ese orden de ideas Steiner dice que en el futuro el corazón será un órgano que responda a la voluntad. De hecho sabemos que la vida emocional cambia la dinámica cardíaca y que a través de la respiración podemos modificar su ritmo.
“El corazón tienen razones que la mente no comprende” decía Pascal; y es que el lenguaje de nuestro corazón, las intuiciones que parten de él y que llamamos corazonadas, trascienden los cánones de la lógica más pura y se mueven en otro ámbito. El pensamiento más elaborado es aquel que resulta de la unión de cabeza y corazón.
Para los orientales el alma del corazón gobierna la alegría de vivir y está relacionada con la conciencia individual, la inspiración y la capacidad de autorreconocimiento. Sus virtudes son la empatía y el amor. La alteración del alma del corazón conduce a insomnio, ansiedad, palpitaciones, dificultades de concentración, pérdida de la coherencia. Y en la exaltación conduce a la manía o a la tendencia histérica. Hace muchos años le escuché a un profesor de medicina: el corazón es el órgano físico que permite que el alma humana se una con el cuerpo. Es bien conocido en la práctica clínica cómo se modifica el psiquismo de las personas a quienes les intervienen su corazón. Y también están bien documentados los cambios anímicos que se observan en los trasplantados de corazón.
“La voz de corazón… no llega a nuestro oído desde afuera. En el corazón habla la voz de la conciencia, que es interior y sólo puede ser escuchada por la propia individualidad” (W. Holzapfel). En la soberanía interior, expresada en la voz de la conciencia, se revela el centro de la entidad humana, su yo. Esta autonomía tiene su parentesco con la estructura y la función del corazón como centro del organismo. El corazón da el sostén interior. El corazón es el sol interior. “Sólo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”. Decía sabiamente El Principito.