Enseño en la universidad de Ginebra. Mis estudiantes llevan a clases sus teléfonos, tabletas y computadores. La tecnología se puede utilizar como una manera de implicar a los alumnos en el aprendizaje.
Se atribuye a Leonardo Haberkorn la autoría de una carta en la que habría renunciado como profesor en una universidad uruguaya; independientemente de quien la haya escrito, algunos pasajes me interesan: “Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook […] Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono…”. Los estudiantes no estarían interesados en lo que el profesor dice ni en el mundo que los rodea: “Es como enseñar botánica a alguien que viene de un planeta donde no existen los vegetales”.
Es recurrente ver a la juventud de esta manera: “No tengo ninguna esperanza para el futuro de nuestro país si la juventud de hoy toma el mando mañana porque esta juventud es insoportable, carece de moderación, es, simplemente, terrible”, habría escrito Hesíodo por el año 720 antes de nuestra era. Podría citar otros clásicos que han pensado que la generación anterior era más sabia, meritoria, respetuosa y trabajadora que la actual.
Mi experiencia contrasta con ese enfoque. Enseño en la universidad de Ginebra. También mis estudiantes llevan a clases sus teléfonos, tabletas y computadores. En lugar de considerar la tecnología como un obstáculo para la enseñanza se puede utilizar como una manera de implicar a los alumnos en el aprendizaje. Suelo preparar encuestas y las propongo en el momento en que siento que la atención de los estudiantes se dispersa. Entonces les pido que abran en sus equipos una aplicación para responder en línea a mis preguntas (“Votamatic” se llama la que utilizamos). Incluyo cuestiones como: ¿Cuál es la etapa más difícil de la juventud? Hay tres opciones de respuesta: entre 12 y 16 años, entre 16 y 20, entre 20 y 24. Les pido que deliberen con un compañero y escojan lo que conviene. Recibo instantáneamente las respuestas en mi computador, incluidos los cálculos de porcentajes. Puedo explicar enseguida cuál es mi postura, y porqué, o seguir con otro tema, dejando en suspenso la cuestión un rato más para mantener la escucha.
En general, mis estudiantes se interesan y participan en los debates. He aprendido muchísimo de ellos al igual que de mis dos hijas y de mi hijo a quienes pregunté qué esperan de la vida cuando lleguen a 30 años. Tener un empleo y una pareja estables, contestaron. En ello coinciden con el 90% de los jóvenes suizos (Revista Campus, 2012, n°110, p.16) que esperan que la existencia les permita encontrar un cónyuge y fundar una familia. El modelo de relación vigente está basado en la fidelidad, la perennidad y la fecundidad. Para ellos, como para mi generación, los valores familiares y el trabajo son centrales.
La inmensa mayoría de jóvenes se prepara con dedicación y seriedad, merece nuestra confianza y que le atribuyamos los medios necesarios para que pueda asumir mañana de la mejor manera, como lo hará sin duda, el proceso civilizador emprendido por nuestros antecesores.