Secuelas del colonialismo (II): La ignorancia es atrevida

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Las clasificaciones producidas por los europeos durante el periodo colonial establecen jerarquías en las cuales, por supuesto, la cúspide de la pirámide la ocupan ellos mismos, y abajo, cerca del animal, ubican a las poblaciones colonizadas. En un artículo publicado por Vivir en El Poblado [“Escribir como una india (o en homenaje a todas ellas)”, que bien hubiera podido ser parte de la serie sobre el colonialismo], mostré cómo la palabra mulato se relaciona con un proceso de animalización.

En el siglo XVIII surge, en lo que hoy es México, un género pictórico dedicado a la representación de las castas. En la América colonial de habla castellana la clasificación de la población en castas refleja todo un arte de la imaginación y del desprecio. Los nombres atribuidos al producto de cada cruce están destinados a fijar las jerarquías étnicas y sociales. Existen en esa época más de 16 categorías, de las cuales cito sólo algunas:

  • Chino con india: salta atrás.
  • Salta atrás con mulata: lobo.
  • Jíbaro con mulata: albarazado.
  • Albarazado con negra: cambujo.
  • Tente en el aire con mulata: no te entiendo.
  • No te entiendo con india: torna atrás.
  • Mestizo con india: coyote.

La estrategia del ultraje institucionalizado se traduce en muchos de esos términos que animalizan a las personas: “albarazado”, con manchas de color, viene de “albarazo” que es una enfermedad de los caballos; “cambujo” es el nombre dado a un caballo de color oscuro. Otras expresiones como “no te entiendo” o “torna atrás”, transparentan la idea de regresión. El único progreso posible, según esta mentalidad colonialista y colonizada, está dado por la mezcla con blanco, para “mejorar la raza”, como dicen aún hoy algunos ignorantes.

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La Colonialidad se enraíza en las consciencias de manera imperceptible, insidiosamente se vuelve “natural”, se ancla sin que algunas personas se den por enteradas, a través de los modelos estéticos que propone la televisión y la cultura en general, así como ciertos dichos populares cotidianos:

  • Negro ni mi caballo, porque se pierde en la madrugada.
  • No seas tan indio (cuando una persona se aparta de un comportamiento esperado).
  • Negro (o indio) tenía que ser.
  • Ahí hubo mano negra.
  • Me negrearon.
  • Negro que no la hace a la entrada, la hace a la salida.

Empero, expresiones como estas no tienen una influencia ineluctable. Mientras menos educada es una persona, menos puede darse cuenta de que está reproduciendo, actualizando automáticamente (¿cómo un loro?) signos y siglos de un racismo que no tiene otro objetivo que el de dominar.

El colonialismo dividió la sociedad en castas (divide y reinarás), para que quienes detentaban el poder, los blancos peninsulares, ejercieran el dominio sobre poblaciones que les superaban en número (mayorías ninguneadas desde entonces). Poner a los mestizos por encima de los indios y de los negros, suponía para los europeos la ventaja de tenerlos como aliados frente a aquellos. Tal vez como consecuencia, actualmente, personas que no se reconocerían como mestizas, que no tuvieron la fortuna de crecer con suficiente amor e instrucción, han atacado con saña y torpeza a Francia Márquez por su condición de afrodescendiente, que reclama respeto, inclusión e igualdad. Precisamente porque, gracias a la educación y al amor, otros consiguen acallar y revertir el racismo en el que crecieron, hay personas decentes que, incluso estando situadas en lo alto de la pirámide étnica y social de herencia colonial, han defendido con su pluma e inteligencia el honor de la vicepresidenta elegida, que también sabe defenderse sola. Me permito citar, entre otros, a Margarita Rosa de Francisco, Ana Bejarano Ricaurte, Reinaldo Spitaletta, Álvaro Leyva Durán… Para ellas y para ellos van mis sinceros agradecimientos. Leerlos, saberlos del lado del respeto para todos los ciudadanos, me reconfortó y me ayuda a mantener viva la esperanza en que, para un futuro mejor de mi país, se le dé prioridad al amor sobre el odio y a la educación sobre la ignorancia.

Ginebra, julio de 2022.

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PS: Prosigo en este texto el diálogo a distancia con Jaime Casas, quien no solo corrige algún error, sino que también me mantiene al tanto de escritos interesantes; le agradezco doblemente.

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