Adolfo, uno de los primos Strauch que sobrevivieron al accidente aéreo de los Andes (Daniel y Eduardo, los otros dos), en vista de que el hambre estaba diezmando el grupo, fue el primero en comer de la carne prohibida.
“Agarré un cuerpo boca abajo sin conocer a quién pertenecía, corté un trozo de pantalón y una porción de carne de la nalga, y lo probamos. Para minimizar la gravedad de la situación dije: esto es como jamón crudo sin sal”.
Lo contó él mismo, lo contaron los tres, al periodista catalán, Jordi Évole, (Antena 3), en una extensa entrevista en la que recordaron –sin ínfulas de héroes, más bien con nostalgia-, los 72 días en los que, como lo hizo la selva con Arturo Cova (La Vorágine), casi los devora la nieve.
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Tal conversación es el complemento perfecto de la película que por estos días tiene asombrada a buena parte del mundo. A pesar de que sobre el tema, el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que se dirigía de Montevideo a Chile (octubre 13, 1972), con 45 pasajeros a bordo –entre ellos, los integrantes del equipo universitario de rugby- y que se estrelló en la cordillera, cerca de su destino, ha inspirado varios documentales, largometrajes, series, libros… (Acusaciones temerarias, en su momento los tacharon de caníbales). Y a pesar de que el final es conocido: de las 29 personas que resistieron la caída del aparato, sólo 16 resistieron la voracidad de la montaña.
La película es asombrosa. No sé si se lleve el Oscar a mejor cinta extranjera, en la ceremonia que tendrá lugar este fin de semana, en Los Ángeles. Debería ser así. Aunque, la verdad, ni falta que le hace la estatuilla; el reconocimiento ya lo tiene todo. El del público -el más valioso a mi juicio-, y el de la crítica especializada –jurados en propiedad o de ocasión- que, a veces, también acierta.
(Hace algunos días este filme de dos horas y media, madurado 16 años en la mente del director español, Juan Antonio Bayona, y producido el año anterior con el apoyo de Netflix, se alzó con doce Premios Goya. Los merecía todos…)
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El eco del silencio, el sonido de los gestos, los expresivos rostros de los actores –intérpretes empáticos de los protagonistas reales de la tragedia-, los diálogos precisos y profundos, la transformación personal de cada “yo” para integrar un “nosotros” –el pacto de entrega mutua, escala el pico de la generosidad-; la presencia de una fuerza, llamada Dios por algunos, que los impulsaba a seguir; la lentitud de cada jornada, la entereza para asumir la desgracia; la narración conmovedora del actor uruguayo, Enzo Vorgrincic, en el papel del estudiante de derecho, Numa Turcatti, cuya muerte, diez días antes del rescate, recién cumplidos los 25 años, fue lo más cercano al punto final de la esperanza… En fin.
ETCÉTERA: Por el lado que se le mire, La sociedad de la nieve –título inspirado en el libro homónimo del periodista charrúa, Pablo Vierci- es un trabajo magistral. Alejado del morbo que por las circunstancias era amenaza evidente y del tono de sermón que también lo era. Es un poema al respeto, a la dignidad, a la ternura, al valor, a la resiliencia… A la grandeza del ser humano, que las noticias cotidianas, con razón, nos hacen olvidar. (Yo, de usted, no me la perdería).
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