Por: Juan Carlos Franco
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En Colombia llevamos casi dos décadas hablando de apertura y globalización. A lo largo de este tiempo hemos saboreado sus beneficios o soportado sus inconvenientes. La economía se ha tenido que reinventar y en numerosos sectores hay ya un clarísimo sesgo exportador, mientras en otros prácticamente todos los productos son importados.
A nivel mundial no hay duda de que las cosas son más eficientes hoy, pues cada país se va especializando en lo que puede, o en lo que le permiten los demás. En muchos casos hemos ganado los consumidores, pues pagamos bienes y servicios considerablemente más baratos y mejores que si sólo estuviéramos comprando productos nacionales. Y en contrario, en la medida en que hemos conseguido nuevos mercados para los productos que hacemos mejor, el empleo ha subido en esos sectores. Pero también por reciprocidad hemos tenido que abrir nuestros mercados, perdiendo cantidades de empleos en sectores claves. Especialmente en agricultura… aunque justo ahí la reciprocidad brilla por su ausencia. Y nos seguimos alistando para todavía más globalización: Llevamos años rogando que nos aprueben el TLC con Estados Unidos y tal vez pronto firmaremos uno nuevo con la Unión Europea. Además de los otros tantos que ya tenemos con diferentes países de la región. Y el valor total de nuestras exportaciones es hoy casi el triple de lo que era hace 6 años. ¡Pero el de las importaciones también! Hasta ahí todo muy bien. Lo malo es que, justo cuando ya hemos avanzado un muy largo trayecto por este camino, y justo cuando la tasa de cambio finalmente es favorable a nuestras exportaciones, los fundamentos económicos de la globalización repentinamente han dejado de ser ciertos. El mapa de ruta que traíamos ya no sirve. A medida que el desempleo en el mundo crece por la crítica situación actual de los mercados, algunos gobiernos, para dar la impresión de que están actuando, se están viendo tentados -o forzados- a restringir las importaciones, entre ellas las de productos colombianos. En otros casos no será necesario aplicar medidas, pues la demanda simplemente irá disminuyendo. Es radicalmente diferente tratar de vender a un mercado en expansión que a uno en recesión. Flujos de personas, capitales y productos de pronto empiezan a devolverse y lo que antes era ventaja y orgullo, de un momento a otro se convierte en vulnerabilidad. Particularmente cuando un país se ha especializado en una gama muy limitada de bienes y servicios, que muchos otros también pueden ofrecer. Muchas empresas colombianas, que llevan tantos años haciendo bien la tarea para ser exportadores serios y confiables, podrían ver severamente limitados sus mercados y tendrían que dejar en la calle a buena parte de su personal. Especialmente si esos mercados son Venezuela, Ecuador y Estados Unidos, cada uno con un tipo de crisis muy particular. ¿Qué otro modelo económico podrán aplicar ya las empresas colombianas, sobre la marcha, antes de que se nos caiga la estantería y el empleo se desplome? ¿Volver a enfocarse en el mercado nacional, abandonando algunos internacionales? ¿O seguir insistiendo en permanecer allá, sólo que con productos aún más básicos y baratos, seguramente muy poco rentables? Ningún camino es claro ahora. Sólo queda ratificar la lección de que en economía nada es permanente y todo da la vuelta tarde o temprano. Ah, claro, y nunca, nunca, poner todos los huevos en la misma canasta. |
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