¿Para qué educar?

Homenaje a Gabriel Jaime Arango, para quien la búsqueda de la sostenibilidad es un imperativo ético, como responsabilidad frente al mundo.

En Colombia, la Ley General de Educación nos dice que “la educación es un proceso de formación permanente, cultural y social que se fundamenta en una concepción integral de la persona humana, de su dignidad, de sus derechos y sus deberes”. Se educa para dar forma al ser humano y a la sociedad y es por medio de la educación que nos ubicamos en el mundo, lo interpretamos y buscamos transformarlo en un lugar mejor. Educamos para que aquello que caracterice a la humanidad y la sociedad sea bueno. Pero, ¿qué es lo “bueno”? Una respuesta unánime es imposible (y quizá indeseable), pero también para esto es importante la educación: para conversar crítica y respetuosamente y, de manera conjunta, desarrollar algo parecido a una visión compartida de lo que nos hace mejores seres humanos, de lo que caracteriza a una mejor sociedad, y, así, busquemos los caminos para lograrlo. Una aproximación a esa visión compartida la da el concepto de sostenibilidad. Podemos encontrar divergencias, pero al mirar la lista de asuntos relevantes para el desarrollo sostenible encontraremos poca resistencia a su aprobación.

Coincidiremos en que se debe erradicar la pobreza y el hambre; garantizar la salud, el acceso a la educación y la equidad de género; asegurar la prestación de servicios (agua, energía, transporte, internet, etc.); generar empleo y reducir las desigualdades; buscar la paz y combatir la corrupción; y regenerar el planeta.

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La Unesco, en su recién publicada Hoja de ruta para la Educación para el Desarrollo Sostenible, busca movilizar muchos más esfuerzos para fortalecer la educación como vía de alcance de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Para esto se propone no solo dar a conocer los ODS, sino también entenderlos de manera crítica y contextualizada, y, sobre todo, movilizar acciones que hagan del desarrollo sostenible una realidad. Se le apunta a la acción transformadora, pues el desarrollo sostenible en acción es ciudadanía en acción; a los cambios estructurales, para enfrentar las causas estructurales profundas del desarrollo insostenible; y al futuro tecnológico, para poner la tecnología al servicio del fortalecimiento lo humano, no de su reemplazo.

La educación nos debe ayudar a conocernos e identificarnos como parte de una sociedad y de un mundo vulnerables. Reconocer y abrazar esa vulnerabilidad es dar un paso importante hacia el cuidado, pues si nos sabemos frágiles, buscaremos actuar con mesura y brindar asistencia para evitar rompimientos. El planeta y la humanidad no somos “débiles”: somos fuertes, pero no indestructibles, y nuestra mayor fortaleza radica en que podemos desarrollar las herramientas culturales y tecnológicas necesarias para florecer juntos como humanidad y en armonía con el planeta. Para eso hay que educar.

Dedico esta columna a Gabriel Jaime Arango y a su más de medio siglo de trabajo apasionado y riguroso por la educación y la cultura. Después de ocho años en EAFIT, deja el cargo de Director de Formación Integral, desde donde, entre muchas otras cosas, ayudó a fortalecer la educación para el desarrollo sostenible, argumentando que la sostenibilidad es un “imperativo ético, como responsabilidad frente al mundo”. Parte junto a otro titán de la educación y aliado en el cuidado del planeta, el rector Juan Luis Mejía. Las enseñanzas de ambos nos seguirán guiando. Llega un nuevo impulso para la sostenibilidad y el cuidado con la rectora Claudia Restrepo.

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