Podría ser consecuencia de una fiebre alta, o influencia de los libros de García Márquez, o una alucinación producida por el yagé, o, incluso, una manera metafórica de expresarse unos candidatos de otros, pero no, el título de esta columna refleja la realidad en sentido literal: hay hipopótamos en la vía que atraviesa el Magdalena Medio. Son submarinos paticorticos de metro y medio de alto, cinco metros de largo y cuatro mil kilos de peso, navegando por el mismo río por el que en otras épocas se deslizaba majestuoso el David Arango. Sólo que a falta de un Tarzán Bundolo, la voz de alerta la lanzó en Medellín la ministra de Ambiente, Luz Elena Sarmiento, a pesar de que las noticias del reino animal la suelan pillar en fuera de lugar (remember los chigüiros). Durante la clausura del Foro Urbano Mundial anunció que diez gigantes se habían escapado del Parque Temático Hacienda Nápoles y que iba a sentarse a pensar al respecto y que “no hemos analizado la probabilidad de sacrificarlos”. Al tiempo, informaba El Colombiano que el Ministerio sí estaba contemplando la opción de cazarlos porque en ningún zoológico están interesados en recibirlos; porque la captura, sedación y esterilización de cada uno cuesta alrededor de 100 millones de pesos; y porque, siendo individuos de una especie invasora, pueden acabar a mediano plazo con otros de especies nativas. Aparte de la amenaza que suponen para los habitantes de la región, quienes ya les temen casi tanto como a la Madremonte.
Ay, ministra. Con preguntar antes de hablar protegerá mejor su credibilidad, y hasta el tamaño de su nariz. No son diez, ¡son entre 30 y 40 los hipopótamos vagabundos!, según informan biólogos de Cornare. Tampoco escaparon el mismo día. Y no andan juntos porque cada macho pretende ser el alfa. Además se reproducen como curíes, una hembra puede dar a luz seis hipopotamitos por año y ni modo de instalar televisores en las charcas para que distraigan la libido. “Me gustaría hacer el amor como los hipopótamos… Sí, es feo, tosco, da la impresión de la brutalidad, pero, en realidad, es muy delicado. Me emociona esa contradicción”. Lo dice un Premio Nobel de Literatura que, a propósito, estuvo en el país por estos días: Mario Vargas Llosa. Y desde que escribió Kathie y el hipopótamo, “uno de esos vergonzosos pecados de juventud”, los colecciona. Cuenta el periodista Nelson Fredy Padilla que tiene 39 en Lima. Esos sí en manada, ministra, porque son muñequitos, no consumen 80 kilos de vegetación al día, no abren el hocico a un ángulo de 150 grados, ni pueden correr a 50 kilómetros por hora. Ah, y tranquila, este título sí es en sentido figurado. Kathie no convive con un hipopótamo. Sabe que si bien son de apariencia apacible se tornan agresivos si sienten vulnerado su territorio y que, si bien no son carnívoros, sus embestidas son apenas comparables a las de los rinocerontes; en las llanuras africanas se cobran cerca de tres mil vidas humanas cada año. Así que ojalá se le prenda el bombillo rapidito, ministra.
¿Qué hacer con todos esos transatlánticos de diminuta cola que no encuentran alambrada que los detenga?, es la pregunta que debieron formularse las autoridades desde el momento en que se declaró la extinción de dominio de la Hacienda Nápoles, luego de la muerte de Pablo Escobar, quien había traído al país de manera ilegal, en 1980, a la pareja (nadie ha dicho que se llamaran Adán y Eva) que siguió a pie y juntillas el mandato bíblico de creced y multiplicaos y poblad las orillas del Magdalena. Pero no, la DNE es fiel exponente de la miopía oficial que impide vislumbrar soluciones antes de que los problemas aparezcan en estampida.
Etcétera: No hay que ser muy perspicaces para sospechar cuál va a ser el punto final del asunto, ahora que la Procuraduría ordenó a Estupefacientes asumir el hipoproblema. Los pobres bultos terminarán llevando del bulto (a no ser que Virginia Vallejo los adopte).
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