Fueron haciéndose a un pedacito de tierra para lograr una reserva que llaman hogar, donde cuidan el agua, regeneran la flora y la fauna y desarrollan corredores biológicos.
Eran las cuatro de la mañana y estábamos listos para ir a intercambiar sabores y saberes con los Cárdenas, una familia de la vereda La Hinojosa, que le está apuntando a la agricultura regenerativa y el turismo consciente en un territorio muy especial por donde camina el jaguar.
Estábamos a cargo de propiciar un diálogo por medio del alimento, con el propósito de empoderar a esta familia para que mejore su servicio de alimentación para los visitantes.
El viaje nos tomó cuatro horas por la Medellín – Bogotá, tres arroyos y un puente colgante para llegar donde los Cárdenas. Allí nos esperaba Claudia, encargada de gestionar este intercambio entre la ciudad y el campo, quien nos contó acerca de esta familia y de su proyecto regenerativo, donde tres generaciones le apuntan a devolverle la vida al bosque y recuperar las aguas y las especies nativas.
Caminamos unos cinco minutos montaña arriba y llegamos a una especie de villa. El recibimiento fue como llegar a tu propia casa después de estar mucho tiempo por fuera. Nos saludaron con sonrisas, abrazos y ofrecimientos.
Claudia explicó que éramos los “chefs” que veníamos desde la ciudad con un mercado abundante y que les íbamos a mostrar cómo ser más creativos en la cocina. Sacamos nuestro mercado y lo pusimos sobre una mesa para que todos lo vieran, preguntaran y probaran. Los Cárdenas también habían hecho compras, trajeron algunas cosas del pueblo y recolectaron plátanos, yucas, piñas, cacao, maíz, ají y variedad de mieles nativas.
Comenzamos el intercambio de sabores y saberes haciendo unas crispetas de achiote, cacao y miel, y torta de algarrobo, un fruto que abunda en estas tierras, pero que es poco utilizado.
Nos contaron que en la época de la guerra fueron desplazados de El Brillante, nacimiento del Río Claro, y que cuando llegaron acá no tenían nada, vivieron en un pequeño rancho de palos, pero que poco a poco pudieron reencontrase con los demás integrantes de la familia y sumando esfuerzos fueron haciéndose a un pedacito de tierra cada uno para lograr lo que hoy tienen: una reserva que llaman hogar, donde cuidan el agua, regeneran la flora y la fauna, salvaguardan semillas, protegen una variedad de abejas nativas sin aguijón y desarrollan una serie de corredores biológicos que reconectan el río con la selva.
Fue muy edificante ver lo felices que son. Nos mostraron un sentido de pertenencia que hace mucho no veíamos y que tanto nos hace falta en la ciudad. Gracias a sus esfuerzos, su sueño de recibir a turistas para contarles su historia y mostrarles su territorio ya es un hecho. En el balneario Los Monos se han vuelto a ver jaguares, cusumbos, monos, peces, abejas, ojos de agua, quebradas limpias y un río maravilloso.
Nos dimos cuenta de que éramos nosotros los que estábamos allá para aprender y entre fogones de leña, aromas y sabores, experimentamos la resilencia.
Dentro de sus tradiciones familiares, los Cárdenas preparan algo llamado Hinchido de gallina, un sancocho donde se muelen cuello, vísceras, patas, con maíz, poleo y romero, para rellenar el mismo cuero de la gallina y así hacer una especie de morcilla que se cocina en el sancocho.
Aparte de ser el mejor sancocho que he comido, es una muestra de recursividad, creatividad y respeto por el territorio.