Guarda, protege, purifica y regenera.
Es fertilidad y fecundidad, renacimiento. Con la misma facilidad crea y destruye. Debemos convertirnos en sus defensores como fuente de la vida.
Hemos estado conmocionados con los problemas de Hidrohituango y, como suele pasar en un mundo ultramediatizado, un nuevo evento vendrá y como tenemos memoria corta, si la situación se “normaliza”, llegará el olvido fácil, tal como ocurrió con la demanda de la renuncia del Fiscal, los problemas de Odebrecht, el terrible atentado donde murieron los aprendices de soldados, la crisis de Venezuela, que es intermitente… etcétera.
Por eso hoy quiero hablar del agua, mas allá de lo político, mas allá de la crisis que podríamos considerar mínima frente a la magnitud de la situación de los ríos, de las fuentes hídricas, de la contaminación con mercurio o de la causada por los diferentes vertidos (recordemos que el río Medellín cada año se viste de rojo, morado, azul… y nunca se sabe de dónde proviene), de los páramos y humedales, de los frailejones.
Quiero referirme entonces al agua como símbolo, porque el símbolo nos transforma y porque debemos convertirnos en defensores conscientes de este elemento como fuente de la vida. El agua crea, guarda, protege, purifica y regenera. Simbólicamente es infinito, es fertilidad y fecundidad, renacimiento. Es el germen de gérmenes.
Representa las posibilidades de revelación, de manifestación y de potencialidad. Con la misma facilidad crea y destruye.
Y dicen las diferentes culturas que existen aguas masculinas y aguas femeninas. La que proviene del cielo, la lluvia, es fecundante, de origen masculino; por otra parte, la que brota de la tierra es femenina y es la que permite que lo fecundado germine.
Pero, sobre todo, el agua es el símbolo del inconsciente y de todas las potencialidades que en él habitan, de lo más íntimo y secreto del ser humano. Es la fuente donde cada ser nutre su vida, donde hay que ir a buscar esos peces tan difíciles de asir, de tomar. Esos peces que nos nutren, que se decantarán, secarán y convertirán en tierra fecunda, por la que brota el agua, que nos devuelve al mundo del consciente.
Al final, con el agua el ser se aventura por tierras interiores y luz, como premio alcanza conocimiento y adquiere una nueva calidad de consciencia.
Este crecimiento del consciente en cada uno responde a un trabajo personal que es la dinámica de la obra del Gran Adam, toda la de la Humanidad en el colectivo de su ser, en la cual todos estamos comprometidos, de la que tenemos el recuerdo o el olvido.
La vida son, inexorablemente, mutaciones. ¡Todos tenemos nacimientos interiores que ignorados o rechazados o consentidos siempre conducen al más grande dolor, pero aceptados son jubilo!