Escribo (lo intento) mientras pienso qué hacer de almuerzo. Daniela se jubiló en diciembre después de casi 19 años de trabajar, vivir, compartir con nosotros. Su ausencia se siente en lo profundo, y aunque siempre supimos todo lo que hacía por nosotros y el amor que le ponía a cada bocado, es hoy cuando sentimos con mayor profundidad lo que su vida hizo en las nuestras.
Cocinar, como escribir, requiere tiempo. Pausa, dedicación, cuidado. Cocinar un fin de semana, sin prisa, entre amigos o con la familia y para una ocasión especial, resulta maravilloso. Pero en el día a día no todo es tan romántico. Mientras administramos las demás funciones de nuestra vida, preparar el almuerzo resulta más un asunto de supervivencia que de disfrute.
Algunos dirán que es la pausa perfecta, el rato de descanso al medio día para retomar tareas. Bien por ustedes. Yo por ahora escribo como deshaogo. Quizás mi falta de destreza en la cocina, o la de práctica, incluso mi poca autoconfianza en esa labor, me hacen mirarla con cierto recelo. En fin, esta no es una diatriba contra la preparación de los alimentos; si me pongo en modo gratitud, y estoy llena de motivos para ello, no me queda otra que aquietar mis dedos. Pero sacar lo que tengo en la cabeza es el primer ingrediente que necesito hoy.
Estas son unas líneas para volver a pensar en Daniela y en sus dotes. Verla en la cocina es ver a una profesional en su materia. Moviéndose a voluntad entre la tabla de picar, la sartén y el horno. Maniobrando cada alimento con mimo y dedicación. Haciendo del ingrediente más sencillo un tesoro. Mezclando con curia. Logrando platos coloridos, sabrosos, precisos. Poniendo la mesa justo a tiempo. Dejando cada detalle en su sitio.
Hicimos una buena dupla. Yo le contaba lo que nos habíamos comido en la casa de alguien o en algún restaurante, le decía qué imaginaba que tenía, y ella, con esas solas indicaciones, lo recreaba. Los últimos años se reía y decía que la chef era yo. Qué va. Pero hoy, que necesito esa confianza para no pelearme con las ollas y no ver la pausa del almuerzo como una obligación, sino como un deleite, voy a creerme sus palabras.
Esta es una declaración, una oración al modo de Secretos de un modo de orar olvidado, de Gregg Braden. No es una súplica, es una resolución, algo que doy por hecho. Como lo hago con la escritura, esa sí mi práctica, voy escribiendo en la mente mientras llego al teclado; igual hay días que también pesa. En fin, que, mientras escribo, voy repasando mentalmente la nevera, los alimentos almacenados y la mejor manera de aprovecharlos. Visualizo los utensilios, las especias, los tiempos. Hago mezclas en mi mente y me preparo para irme a la cocina.
Hoy mi mayor ganancia no será una preparación perfecta. Mi bocado favorito del día consiste en pararme de este teclado con alegría, superar el miedo a no hacerlo bien y darme la oportunidad de disfrutar el proceso. Mi apuesta es a dejar la resistencia, a recordar la danza de Daniela en la cocina y emularla como un homenaje a todo lo que le aprendí. Acaso me toque hacerle una llamada si algo no está saliendo bien. “Aquí estoy cuando me necesite, pero usted está lista”, me dijo antes de irse. Quiero creerle, quiero creerme. Gracias, Daniela. Estoy lista.