/ Etcétera. Adriana Mejía
El Eje Cafetero me dejó flipando en colores. Boquiabierta quiero decir, en términos más convencionales. Por sus paisajes, su olor a café recién cosechado, sus palmas de cera, sus jipaos, sus patacones inmensos, su gente amable, sus migas al desayuno, sus cortas distancias, sus parques, su organización turística, sus carreteras…
Mmmj, sus carreteras. Nos fuimos con unos amigos en uno de los pasados puentes festivos y qué envidia buena sentimos, entre otras cosas, de sus carreteras. No parecen colombianas, da pena y tristeza decirlo. Son amplias, bien trazadas, señalizadas, sostenidas con esmero.
Gracias, en parte, según nos dijeron gentes bien informadas, al impulso de la Federación de Cafeteros, la infraestructura vial de esa zona no tiene que envidiarle a la de cualquiera en un país desarrollado. Porque son precisamente las vías de comunicación unos de los puntales fundamentales sobre los que se asienta el progreso de una nación, de una región.
Y si a eso vamos, Antioquia está en la olla. La peor parte del paseo, la única jarta –además de las tractomulas que circularon libremente aún en los días de fiesta, ¿no están prohibidas?– es el trayecto Medellín-Pintada. Los huecos, los desniveles, las barrancas desmoronadas, las curvas cerradas, los tramos destapados… Mejor dicho, el descuido en toda la extensión de la palabra, hace las veces de frontera con el territorio del viejo Caldas.
Allá los peajes frecuentes y sustanciosos los paga uno con gusto porque se nota cómo están invertidos. Aquí, en cambio, duele el desembolso. Es casi un atraco. En el puesto de Primavera, por ejemplo, administrado por Odinsa, cobran $6.300.00 por vehículo liviano, los cuales, multiplicados por la cantidad de carros que transitan diariamente por ahí, y sumados a los montos de las motos, el servicio público y los camiones, tienen que arrojar abultadas cifras mensuales. ¿A dónde van a parar? A la carretera, seguro que no es. Sería conveniente que el Instituto Nacional de Vías diera cuenta exacta de lo que pasa. O de lo que no pasa.
En fin, quiero volver al Eje Cafetero. Fueron cuatro días que, a pesar de que los exprimimos como a limones, no nos alcanzaron. Con razón los recorridos por Risaralda, Quindío, Caldas, el norte del Valle, se han vuelto destinos tan solicitados por los visitantes extranjeros.
Muchas cosas se me quedan en el tintero, por razones de espacio. Otra vez será.
ETC: Fulanita, mi amiga, está fffuriosa –así, con énfasis en la efe–, con las fotomultas de Medellín. Hace pocos días le llegó a su casa una de ellas: en una esquina de la 10 A, en medio de un atasco de antología, la cogió el cambio del semáforo sobre el paso de cebra. Y, entre pasarse en rojo o quedarse quieta, ella escogió lo segundo. Y, click, el Tránsito la multó. “Qué negociazo el que tienen montado”, me dijo. Porque dizque no les importa quién haga el curso de cuatro horas que se inventaron, con tal de que pague. “Ah, y eso sí, si en el semáforo de la esquina tal –no escribo la dirección para no darles ideas a los chepitos de los comparendos, pero queda cerca a La Divina Eucaristía– hay alguna de esas cámaras sapas, que me partan las veces que les dé la gana, porque yo ahí, en ese cruce tan oscuro y solitario, no paro”. Quedamos notificados.
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