Estoy de acuerdo con la comunidad que rechaza la instalación de la escultura La nueva vida en el Parque Inflexión. La memoria y la reconciliación exigen una distancia y un espacio de paz interior.
Puede parecer paradójico que, al mismo tiempo que se celebra el centenario del nacimiento de Rodrigo Arenas Betancourt (Fredonia, 23 de octubre de 1919), se exalta su obra y se busca reconocer sus valores y aportes al arte nacional, la comunidad vinculada con el proyecto del Parque Inflexión, que se construye en el espacio del demolido Edificio Mónaco, rechace que se conserve allí la escultura La nueva vida, también conocida como La familia, creada por el artista para ese edificio en 1984 por encargo del capo Pablo Escobar.
No parece que se trate de un rechazo a la estética del artista; ese sería un argumento válido que, sin embargo, implicaría el cuestionamiento de la mayor parte de su obra que se plantea en un estilo muy similar al de esta escultura.
En realidad, la comunidad no quiere que en el espacio de memoria y reconciliación que se pretende crear en el nuevo parque, se conserve una obra que aparece marcada con el estigma de haber sido realizada para el mafioso. Y ello significa que una obra de arte no es un hecho estético autónomo, cuyo valor artístico estaría determinado solo por los estrictos problemas del arte (técnicas, formas, estructura compositiva, etcétera) sino que está atravesada por las condiciones del contexto.
La obra no es solo lo que vemos
No se trata de un asunto que se limite a un ámbito local. Invocando la autonomía del arte, que conduce a afirmar que la obra es solo lo que vemos, la crítica de mediados del siglo XX rechazó de plano el arte de corte neoclásico creado por los nazis alemanes y por los fascistas italianos, lo mismo que el realismo socialista del mundo soviético.
En efecto, fue más fácil decir que eran obras malas, lo que muchísimas veces no era cierto, en lugar de tener que reconocer que las rechazábamos por razones de tipo ideológico.
Pasaron muchas décadas desde el fin de la Guerra y el mundo tuvo que cambiar mucho, antes de que fuéramos capaces de reconocer que lo que rechazamos en esas manifestaciones artísticas era la visión del hombre y del mundo que contribuyeron a crear. Ese reconocimiento no significa que “canonicemos” esas obras sino, más bien, que hemos ganado una distancia que nos permite reconocer sus luces y sus sombras.
Espacio para la paz interior
Estoy de acuerdo con la comunidad que rechaza la instalación de la escultura de Arenas Betancourt en el Parque Inflexión, por los mismos argumentos por los cuales creo que tuvo razón el Gobierno de España al retirar los restos de Franco del Valle de Los Caídos como condición indispensable para cualificar de otra manera ese faraónico monumento.
La memoria y la reconciliación exigen una distancia y un espacio de paz interior que la escultura perjudicaría. Pero, al mismo tiempo, es necesario decir que si se ubicara en el Parque, La nueva vida de Arenas estaría condenada a no ser mirada como obra de arte sino, apenas, como el último vestigio del centro del poder del narcotraficante.
Tampoco creo que deba mantenerse la situación actual que es la peor imaginable. En la época en la cual el Mónaco estuvo destinado a la Policía Nacional, la obra fue traslada a Bogotá donde esa institución la conserva.
En este momento la escultura no es más que la prueba tangible de que el Estado logró derrotar al capo, pero se ha visto privada de su carácter de obra de arte.
¿Qué se puede hacer?
La mejor decisión es que el Estado entregue la obra a la Fundación Rodrigo Arenas Betancourt, en el municipio de Caldas, casa museo del artista, proporcionando los recursos necesarios para su instalación. El museo es un medio neutral, un nuevo contexto donde, al mismo tiempo que se pueden recordar las circunstancias de su creación, la obra podrá ser vista en el marco general del desarrollo del artista.