/ Jorge Vega Bravo
La palabra es una poderosa fuerza creadora, que también puede ser destructora. “Hablar es la moneda bien maculada del trato diario. Usamos palabras para amar, pedir, injuriar, exaltar, saludar. Gastamos las palabras en el roce diario del trabajo, el movimiento, el trato con amigos y extraños… las palabras son la moneda de cobre de la vida diaria. Contra los altavoces de un lenguaje corrompido, autores teatrales modernos como Samuel Beckett y Harold Pinter oponen el valor de la pausa, los derechos del silencio como respuesta al angustioso reclamo de William Blake: ‘Habla, silencio’. Tal es el dilema subyacente del lenguaje: manifestarse como acción o como reflexión. Ser a la vez vehículo de creación y destrucción”. (Carlos Fuentes).
En todos los encuentros humanos la palabra tiene un valor inestimable. En las profesiones de servicio la palabra es el centro de la comunicación, al lado de otros lenguajes. Estos pensamientos nos remiten al revolucionario planteamiento antropológico hecho por R. Steiner sobre los doce sentidos del hombre. Al lado de los cinco sentidos convencionales, tenemos otros siete. Los llamados cuatro sentidos superiores son: el sentido del yo ajeno (cfr. columna de la edición 438), el sentido del pensamiento ajeno, el sentido del lenguaje ajeno y la audición. Estos cuatro sentidos están vinculados con la palabra y son de capital importancia a la hora del diagnóstico y del pronóstico de una enfermedad.
Hace poco escuché el relato de la esposa de un paciente con cáncer de vejiga, sobre el trato fuerte e inhumano recibido en la consulta de una uróloga a la que lo remitió su oncólogo. Con la explicación de que el paciente “debe saber todo acerca de su enfermedad”, la colega le recordó la gravedad de su proceso, pero al tiempo le lanzó con fuerza un oscuro pronóstico y violentó su esperanza y su actitud de lucha. Nuestro paciente salió golpeado y con la certeza de que había llegado a un lugar inadecuado y se tomó varios días para reponerse. Los médicos nos montamos con frecuencia en el pedestal de la verdad y desde allí pontificamos sin compasión, sin sentir con el otro, sin sentido del yo ajeno. Los dogmas merodean por el ámbito de la ciencia.
La palabra es como una piedra preciosa: si yo la presento adecuadamente y la entrego con respeto, es bien recibida, por dura y cortante que sea. Pero si lanzo esa piedra al rostro de mi interlocutor, le hago daño, lo destruyo. En todo proceso de enfermedad, y en particular en las enfermedades graves, el ser humano está lleno de preguntas. Las respuestas casi siempre están en el propio interior y llegan del mundo de la noche (después de consultar con la almohada o de ejercitar la retrospectiva, por ejemplo), o a través de otros seres humanos que saben escuchar, que guardan silencio en el momento oportuno.
El sistema inmune es el aspecto biológico del yo humano y está bien conectado con el sistema nervioso y con la psique. Impactar el psiquismo con palabras irrespetuosas termina afectando la capacidad de autorreconocimiento, golpeando el sistema inmune, minando nuestros procesos de salud y favoreciendo los procesos de enfermedad.
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