Vivan, quémense, levántese, despierten, llénense de luz, la luz es necesaria, ¡deben quemarse! Hay que ser pacientes para dar numerosos frutos, los obstáculos dan fuerza, confianza.
Gitta Mallas es una interlocutora y confidente extraordinaria. Conoce el encanto de lo bello, de lo estético y la penuria que los desafíos físicos producen en el ser humano.
Su libro Los cuatro mensajeros o los diálogos con el Ángel es una zambullida en el interior del ser humano que vive la sombra amenazante del final de la guerra 40 – 44, esperando la llegada del verdugo, de un horno de gas…
Lo que transcribe son 80 diálogos entre cuatro amigos, Hanna, Joseph, Lilli y Gitta, que vivieron la experiencia espiritual de dialogar con esos seres íntimos, interiores, que les recordaron que es en lo más profundo de la noche que se manifiesta la luz. Ellos sabían que su destino era oscuro, pero por momentos las sombras se desgarraban y se encendía la luz.
Los cuatro jóvenes viven juntos en una pequeña casa. El clima es pesado, esperan la orden de partida, asumen su destino, no huyen. Son tres judíos y Gitta, la única cristiana.
Una tarde las preguntas se centran en Hanna, que siente una gran cólera y le aparece una visión. Siente que hay alguien en ella que dice: hay que perder la costumbre de hacer preguntas inútiles. Es alguien conocido, la ira la invade. Alguien vigente en lo material y presente en la lucidez interior, alguien desde siempre y hasta siempre conocido.
Vivan, quémense, levántese, despierten, llénense de luz, la luz es necesaria, ¡deben quemarse! ese era el lenguaje del ser, lenguaje de intensidad. El ser en un principio no se reconoce, pero se siente como algo muy personal. Hay que ser pacientes para dar numerosos frutos, los obstáculos dan fuerza, confianza. El terror les indica que hay que hacer algo. Oscuridad y abismo están en nosotros, donde los otros pueden poner sus pies.
El ser al tiempo dice que es un ángel. Anuncia el mundo creado y el creador, define entre los dos el abismo donde uno se vuelve un puente. Es la fe ese puente, la redención. El ángel pide que ellos hagan semejanza… una evolución en la vida interior. Son libres de la religión, no pertenecen a ninguna, y en todas están presentes. Uno es creado a la imagen de Él y del ángel y cada uno cumple una misión que ese ser le manifiesta. Hacerlo es maravilloso. Es una fuerza que no pertenece a ningún credo.
Los tres jóvenes judíos mueren en cámaras de gas, Gitta les sobrevive y transcribe los diálogos. Y lo que más toca en este ambiente ensombrecido es que siempre el ángel invita a la sonrisa, a atravesar el puente entre el animal y lo que hay más allá del animal: la risa. La llave de todos los actos es la sonrisa, esa es la oración de todas las células del cuerpo.