Elena Poniatowska, Premio Cervantes en 2013, cuenta que Carlos Fuentes le dijo que escribía como una india, pero aclara: “no me lo dijo de mal modo”. La aclaración es necesaria. En América, los apelativos “indio” o “negro” pueden ser utilizados como insultos, lo que no sucede nunca con “blanco”.
Desde el principio de la colonización europea se utilizaron estrategias de dominación en lo económico, ideológico, religioso, lingüístico, estético… Por eso las lenguas habladas por los vencidos son calificadas de jerga o dialecto y sus religiones como ritos salvajes. Desde la estética se impone, aún hoy, el tipo europeo. En los concursos de belleza, lugares de reproducción y actualización del modelo dominante, cuando ganan candidatas de piel oscura, estas suelen tener cierto grado de mestizaje que recuerda los rasgos de algún ancestro europeo.
Actualmente se ha llegado a un consenso científico sobre la inexistencia de razas humanas. Por eso se ha creado el neologismo “racializar”. Con él se designa un procedimiento para establecer tipologías, supuestamente raciales, que se atribuyen a ciertos grupos o personas en función del color de la piel o de ciertas características físicas. Se “racializa” para humillar, para poner a las personas en el sitio al que las tiene destinadas el orden socio-racial imperante; eso sucede en estadios de futbol de Europa o en calles de América.
La racialización opera utilizando categorías lingüísticas que naturalizan la dominación. Es decir, la legitiman, la vuelven aceptable, deseable, normal. Así, en la Edad Media, el término “mula” estaba reservado para designar la descendencia de un asno con una yegua, cuyo híbrido resultante es siempre estéril. A partir de la colonización y de la esclavitud la palabra mula se adapta y generaliza al cruce entre blancos y negros, dando lugar a “mulato”.
Al equiparar la mezcla entre blancos y negros con la de animales, este “desliz” semántico indica que ambos cruces son aberrantes, contranaturales. Por consiguiente, para preservar la integridad de las “razas” se impone la separación y se establece una jerarquía entre ellas.
De la misma manera, la reacción frente a las rebeliones contra el poder estaba determinada por la procedencia étnica de los insurgentes. Los de origen europeo, como Policarpa Salavarrieta o Miguel Hidalgo, fueron juzgados y fusilados, como se hacía en esa época con los prisioneros de guerra. En cambio, los rebeldes amerindios, como Túpac Katari y Túpac Amaru, o afroamericanos, como Benkos Biohó, fueron torturados hasta la muerte sin otra forma de proceso. El orden colonial escribía con sangre que más valía tener la piel clara que oscura. Todavía vigente en muchas mentalidades, ese orden engendra sufrimiento injusto e innecesario; corresponde denunciarlo y substituirlo por otro que considere y trate a todos como iguales.
PS. Mil gracias a Jorge Zapata, por su fina relectura.