Se acerca la Semana Mayor y, con ella, una pausa en la primera parte del año. Según los ciclos de nuestro Sistema Solar, es el tiempo del equinoccio de Primavera, que corresponde al despertar de la naturaleza en el Hemisferio Norte, después de la introspección del invierno. Muchas culturas antiguas situaban el comienzo del año el 21 de marzo. La iglesia católica ubica la celebración de la Pascua en el domingo que sigue a la primera luna llena después del 21 de marzo. Por eso es una fiesta móvil, precedida por una cuarentena que nos invita a entrar en el interior y modificar los ritmos.
Esta actitud de quietud y recogimiento no es promovida por la cultura y se ha distorsionado el sentido de esta semana, convirtiéndola en un tiempo de turismo y de rumba. Independiente de nuestras posturas religiosas y aún en ausencia de ellas, es un buen tiempo para recomenzar, para florecer. Y el iniciar algo va bien después de una pausa, después de sentarse quieto para no hacer nada rentable. Dice L. C. Valenzuela en su columna de El Espectador, El Ocio como política pública, que “el ocio conlleva hacer, pero un hacer sin esfuerzo, sin pretensión de resultado, sin objeto de acumulación económica”.
El ser humano urbano tiene poco tiempo para sí mismo, para ser libre, para operar sin obstáculos ni presiones. El tiempo libre renueva nuestra condición de humanidad. Es el tiempo para hacer cualquier cosa no rentable: contemplar un paisaje, leer un libro, tener una conversación, escuchar música, ver una película, no hacer nada; son todas actividades que nos humanizan, que nos liberan. En la citada columna, el autor afirma que debería ser una labor del estado, educar para estas actividades que “una vez adquiridas generan un placer infinito, sin costo alguno”.
El tiempo libre se opone al mandato corporativo de trabajar sin pausa. El exceso de trabajo anula la capacidad de reír, de pensar por sí mismo, enrarece la vida de relación y quita la libertad anímica. El saliente presidente de Bancolombia, Carlos Raúl Yepes, al renunciar a su cargo, reivindica el valor de las cosas simples de la vida: “Estos puestos son muy exigentes y yo me desgasté mucho físicamente. Dejé de ir a cine, de frecuentar la familia y los amigos, empezaron mis enfermedades…”. La Semana Mayor nos invita a salirnos de la agenda y de la férula del horario por unos días.
Qué tal, por ejemplo, interesarse por escuchar otros tipos de música: en esta misma edición nuestro amigo fotógrafo y estudioso de la música, Ramiro Isaza, nos da una buena guía para reconocer las obras de la música sacra de todos los tiempos. Música creada por seres humanos que buscaban trascender, religar con otros planos de existencia, más allá de sus creencias. Mi favorito en esta paleta es el músico alemán Juan Sebastián Bach (1685-1750), quien dedicó gran parte de su obra a buscar la comunicación con Dios a través del lenguaje de la música. Invito a los lectores que aún no lo han escuchado con detenimiento, a dedicarle tiempo libre, a entrar en la profundidad de esta música maravillosa que es un regalo para el alma.
Un tiempo especial en la vida humana es el tiempo dedicado a servir a otros seres: la vida de Monseñor Guillermo Vega Bustamante, fallecido el pasado 6 de marzo, a los 91 años, es un buen ejemplo de ello. Su tiempo esencial fue el tiempo para el servicio y doy fe de que era un hombre libre.
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