El triunfo de Egan Bernal no es solo una lección de gran fortaleza. Nos recuerda también la importancia de cooperar antes que competir.
Qué bien le sienta el rosado a Egan Bernal.
Tal vez por eso, cuando el pasado 30 de mayo apareció en la Piazza del Duomo de Milán, con sus 24 años, sus 60 kilos, sus 175 centímetros, su sonrisa de este a oeste y su Covid agazapado, envuelto por la Maglia Rosa, ya el público era suyo.
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En Colombia celebramos, gracias a la tele, su desfile en pasarela alzando el trofeo que pedaleó durante 21 etapas, con el agradecimiento reservado a los escasos acontecimientos que nos permiten gritar de emoción, unidos en una sola garganta. (Y con la conchudez que nos caracteriza -sobre todo a los dirigentes de turno-, para adjudicarnos triunfos que no nos corresponden, no hemos apoyado y, a lo mejor, en los que ni siquiera hemos confiado). Más escasos ahora que, por cuenta de la pandemia y del paro nacional -con todo y sus arandelas-, estamos con la agresividad, la desinformación y la incomunicación a flor de piel. Todos contra todos y los políticos metiendo baza e intentando meter goles aquí y allá, desde la posiciones oportunistas que acostumbran ocupar en el terreno de juego.
Además, la facilidad con la que muchos periodistas y narradores deportivos –desmesurados que son- levantan y derriban ídolos, sin aceptar que son seres humanos amasados de buenos y de malos momentos, tampoco ayuda.
Egancito-rosadito-te-quiero-hasta-el-infinito no ha sido la excepción a la regla de caerle al caído. A punto estuvo de colgar la camiseta y, ¿a quién le hubiera importado? Son frágiles la compasión y la memoria de los colombianos. Y vigorosa la envidia, aseguró en estos días en un programa radial, Cochise Rodríguez, otro que ha pasado por esas y habita ahora en la leyenda del ciclismo.
Da cosa reconocerlo, pero no hay peor amenaza en este país que ascender a la cresta de la ola; el éxito del otro pulla en el morrillo a ese toro bravo que es el dolor del bien ajeno y el gozo morboso del mal ídem. Qué vaina.
Lo insinuó Flor Gómez al decir: “El 2020 fue muy difícil para Egan. Incluso, muchas personas dejaron de creer en él. Las cosas, la mayoría de veces, no salen como uno quiere, pero hoy demostró que es un grande”. Un gigante, doña Flor.
Igual lo hizo Egan, al recordar los duros meses que vivió antes del Giro: “Perdí la voluntad interior. Me faltaban la emoción, la garra. Hubo cambios en mi vida personal difíciles de gestionar. Y toda la presión de mi país, y el dolor de espalda…”. Y la mordacidad de tantos comentaristas, campione.
Por fortuna, pudo recuperar la confianza y dio al mundo una gran lección de fortaleza que, complementada con la de solidaridad que dio Daniel Martínez, su compañero de equipo, silenció los graznidos a varias aves del mal agüero. Con más veras, luego de haber sido incluido en el top cinco de la UCI. ¡Meraviglioso!
ETCÉTERA: ¿Qué tal una sociedad que no practicara el canibalismo? ¿Qué tal una educación que enseñara a cooperar antes que a competir? ¿Qué tal usted y yo y los demás embutidos en una Maglia Rosa? De pronto va y nos sienta ese color, tan bien como al bambino.