Ni siquiera las víctimas directas, a quienes de manera bienintencionada quiso la Alcaldía visibilizar con el acto mediático y quiere honrar con el memorial Inflexión, se ponen de acuerdo.
No tiene sentido seguir discutiendo si era mejor mantener el edificio Mónaco en pie o tumbarlo. Ya no.
Pero sí hay que entender que con haberlo derribado, las cicatrices personales y el resquebrajamiento social que dejó la época atroz que simbolizaba, no desaparecerán por arte de birlibirloque.
La reconstrucción de la sociedad que abonó el terreno para que Pablo Escobar pelechara, es más dispendiosa que la construcción de un parque. Y trasciende el concepto del que ahora con tanta ligereza, tantos hablan. El de Memoria Histórica.
El creador de este concepto que tiene hoy día peleando a medio mundo, el filósofo y académico francés, Pierre Nora –fundador/director de la revista Le Débat, y editor de la obra colectiva y monumental Los sitios de la memoria (Gallimard)- conserva, como buen pensador, una distancia crítica con su creación:
“Memoria e historia funcionan en dos registros diferentes, aun cuando es evidente que la historia nace de la memoria. La memoria es el recuerdo de un pasado vivido o imaginado.
Por naturaleza, es afectiva, emotiva, abierta a transformaciones, vulnerable a toda manipulación, susceptible de permanecer latente durante largos períodos y de bruscos despertares. Es un fenómeno colectivo, aunque sea psicológicamente vivida como individual. Por el contrario, la historia es una construcción siempre problemática e incompleta de aquello que ha dejado de existir, pero que dejó rastros. A partir de esos rastros, controlados, entrecruzados, comparados, el historiador trata de reconstituir lo que pudo pasar y, sobre todo, integrar esos hechos en un conjunto explicativo. La historia reúne; la memoria divide”.
¿Cuántos olvidos y/o recuerdos quedaron sepultados bajo los escombros del tristemente célebre símbolo del horror, luego de que lo hicieran trizas?
El tiempo lo dirá. O no. Porque ni siquiera las víctimas directas, a quienes de manera bienintencionada quiso la Alcaldía visibilizar con el acto mediático y quiere honrar con el memorial Inflexión, se ponen de acuerdo. Algunas sienten que es desagravio; algunas, que son pañitos de agua tibia; algunas ni se inmutan.
Cada memoria e historia particular es un mundo para respetar.
La columnista María Jimena Duzán se refirió en Semana al sufrimiento que le ha causado tener que revivir la muerte de su hermana Silvia (1990) todavía en la impunidad: “Estoy por darle la razón a David Reiff (analista político norteamericano, hijo de la inolvidable Susan Sontag) cuando afirma en su libro Contra la memoria, que lo que garantiza la salud de las sociedades y de los individuos no es su capacidad de recordar, sino su capacidad para finalmente olvidar”.
Y como este, muchos ejemplos más de quienes deciden pasar la página y de quienes, en cambio, deciden releerla. Total, entre olvidos y recuerdos se cuece la memoria.
Y por encima de ella, una sombra consuetudinaria: el consejo que –registran cronistas de tiempos pasados- patriarcas antioqueños daban a sus hijos: consiga plata, mijo, ojalá honradamente; si no, consiga plata.
Memoria histórica pura y dura.
ETCÉTERA: Alguien preguntó a Pierre Nora cómo funcionará la memoria en medio de la inmediatez y la hiperconexión de hoy día. Respuesta: “El siglo XXI será el siglo del olvido”.