El problema fundamental de las reformas planteadas por Petro radica en que su propósito esencial, antes que reformar, antes que corregir y enderezar el rumbo, es vengarse de “las élites”.
No nos engañemos: el festival de reformas disparatadas que actualmente promueve el “gobierno del cambio” va a salir mal. Pero muy mal. Bueno, podría sonar pretencioso afirmarlo con 100 % de certeza, quizá la probabilidad solo sea del 98 %.
Y como todo en Colombia, finalmente no será culpa de nadie. Nadie asumirá responsabilidad ni aceptará haber cometido error alguno. Todos los presuntos implicados se refugiarán en excusas que les salven la cara, siempre orientadas a que la culpa fue de los otros. Jamás de ellos.
Los petristas ingenuos, entre ellos los artistas e influenciadores que tan frívola y superficialmente apoyaron la idea de ensayar con un cambio, desde ya se ven abandonando el barco. Dicen que sí, que las ideas siguen siendo buenas, pero que jamás habrían sospechado que el caballero y su equipo fueran tan desordenados y tan malos administradores.
Los petristas menos ingenuos, entre ellos los políticos que a cambio de su apoyo hoy negocian y reciben cuotas burocráticas, se irán despidiendo a medida que el fracaso se vaya haciendo más y más evidente. “Descubrirán” que se han comportado como idiotas útiles y dirán que fueron asaltados en su buena fe.
Los petristas purasangre, integrantes del corazón mismo del Pacto Histórico, sin duda culparán a “las élites” del fracaso de las reformas. Porque se atravesaron en el camino para poder mantener “sus negocios y su acumulación de capital” en detrimento de “los y las trabajadores y trabajadoras” de Colombia.
El problema fundamental de las reformas planteadas radica en que su propósito esencial, antes que reformar, antes que corregir y enderezar el rumbo, es vengarse de “las élites”: de los empresarios, de los patronos, de los que han logrado algún éxito en la vida. Dan por sentado que si son exitosos es porque algo se robaron o, mínimo, explotan a sus empleados.
Una vez cumplido ese propósito primario de venganza, ahí sí se diseña la reforma con el objetivo aparente -pero secundario, ya vimos- de “devolver derechos”, o de garantizar el acceso a toda la población en igualdad de condiciones o cualquier otro propósito loable y publicable.
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Las reformas inspiradas en la venganza jamás funcionan. Ni siquiera sus promotores esperan que funcionen. Pero sí cumplirán el efecto deseado de mortificar, de golpear tanto como sea posible a los del otro grupo por su supuesta culpabilidad.
Y, por supuesto, las excusas están ya montadas. Nunca será culpa de que las ideas eran malas o impracticables, nunca será culpa del desorden, falta de enfoque y pobre liderazgo presidencial, nunca será culpa de los congresistas fanáticos con un conocimiento tan superficial y sesgado de cómo funcionan las sociedades y las economías.
No, la culpa será de los otros.
De nosotros.