La pandemia conocida como COVID-19 no solo está enfermando a millones de personas en el mundo entero, también está comprometiendo la salud financiera de muchos países, cuyos ingresos están altamente ligados a la renta petrolera.
Nadie estaba preparado para ello. Ni siquiera los países más ricos. Tan solo unos pocos habían tomado las respectivas previsiones para cuando el boom de los combustibles fósiles hubiese pasado de moda.
El sistema económico en diversas naciones comienza a experimentar los terribles signos de contagio. De esta enfermedad no hay posibilidad de recuperación en el corto plazo.
Pero, ¿qué pasó?
Marzo fue un mes atípico, incluso hasta premonitorio. En sus primeros días, el valor del crudo comenzó a desplomarse hasta caer 30 % en tan solo un día. Se trató de la cotización más baja desde la Guerra del Golfo en 1991, y fue como resultado del anuncio de Arabia Saudita de incrementar su producción, al fracasar un acuerdo en la OPEP para que Rusia recortara el bombeo para ayudar a estabilizar los precios.
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La tensión se apoderó de los países productores de petróleo, que vieron como parte de su renta a futuro estaba seriamente comprometida.
Algunos impasses entre miembros de la OPEP signaron la volatilidad del precio del petróleo en los días subsiguientes. El temor por el lento, pero seguro descenso de su valor se trasladó hasta abril.
Y vino la Cumbre de la OPEP. Mientras algunos analistas observaban con precaución la caída abrupta del empleo de combustibles fósiles en el planeta, como resultado de la “desaceleración” del mundo por la pandemia, los miembros del exclusivo grupo de productores y exportadores de petróleo tenían un acuerdo casi listo para reducir la producción 23 %. Pero México, sin que nadie lo viese venir, se negó.
El plan inicial contemplaba la rebaja de 400 mil barriles diarios de crudo para la nación azteca. Pemex, la estatal mexicana, tiene una deuda de 110 mil millones de dólares y un recorte tan grande en nada le favorecería. Su propuesta fue de 100 mil barriles y no más de eso. Arabia Saudita se opuso. Y se trancó el juego.
El domingo de resurrección, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se comunicó con su homólogo Andrés Manuel López Obrador. El resultado: México se comprometió a reducir los 100 mil barriles y EE.UU. contribuiría con 250 mil barriles más para completar la cuota de ese país.
Hasta ese punto, todo iba andando. El precio comenzó a repuntar, pero un nuevo elemento se incorporó para contribuir con el caos: la sobreoferta en el mercado y el anuncio de la poca disponibilidad de almacenaje para los excedentes originados por el abrupto descenso de la demanda, ocasionado por la paralización de la economía debido al coronavirus.
Y llegó el día D (con D de Debacle)
El lunes 20 de abril el mundo observó con sorpresa cómo por primera vez en su historia, los precios del crudo estadounidense WTI abrían la jornada en US$ 18, y cómo se desplomaron hasta alcanzar los US$ -37,63. El Brent, también cayó, aunque en menor proporción.
Nadie jamás habría podido presagiar el comportamiento del mercado petrolero, así como es imposible predecir, de manera cierta, cuáles serán las consecuencias que tendrá para la economía mundial esta situación coyuntural, y para nada prevista.
En América Latina se prevé que países como Ecuador, Venezuela y Colombia se vean mayormente afectados por este descenso, por cuanto sus ingresos dependen en gran medida del crudo.
El diseño de estrategias para diversificar la economía y salir del atolladero será el reto que tendrán los líderes de esas naciones y sus equipos de trabajo.
Y así fue como el precio del petróleo se fue al mismo lugar desde donde se extrae tan preciado líquido: al subsuelo.
Por: Danilo Díazgranados