El amor tiene el inmenso poder de sanar. Muchos estudios psicológicos concluyen que la falta de amor es el principio de la mayoría de desequilibrios mentales. La más sorprendente revelación bíblica define “Dios es amor”. Nuestro Padre Dios toma la forma de aquello que más necesitamos. La madre Teresa de Calcuta afirmaba que la peor enfermedad del hombre contemporáneo no era el sida, la lepra o la tuberculosis sino ese terrible mal que se extiende cada vez con mayor fuerza por todo el mundo causando estragos, sufrimiento y dolor. Esa enfermedad no es otra que el desamor. La confianza en Dios y una fe auténtica en Él sana y regenera la vida de manera más eficaz y duradera que la mejor medicina inventada por el hombre.
Hace años leí una historia que ilustra la incidencia del amor en nuestro bienestar. En una antigua leprosería estaba recluido un anciano que siempre se veía feliz y radiante, por lo que llamaba la atención de todos los empleados y religiosas que atendían el lugar. Era amable y cortés, daba las gracias y siempre estaba dispuesto a servir. Su alegría contrastaba con la amargura y oscuridad de los demás enfermos. Un día llegó a la leprosería una joven religiosa que entabló con él una bella amistad y le preguntó cuál era el secreto de su felicidad. él, sonriendo, la invitó a descubrirlo, y a ir al día siguiente, al amanecer, al patio principal. La religiosa asistió a la cita y se escondió tras una columna a observar; allí se encontraba el anciano como esperando a alguien. Luego apareció el milagro: un rostro arrugado, con cabello blanco y una sonrisa encantadora. Era una ancianita que se asomaba por encima del muro que daba a la calle. A aquel hombre se le iluminó el rostro y sólo atinó a levantar lo que le quedaba de mano, como quien saluda y se despide de un tren que marcha muy lejos. Aquellos breves instantes le bastaban para comulgar con la vida, mantener en alto su corazón y conservarse en paz con él mismo y con los demás. “Es mi mujer –le dijo a la monja–. Hace cuatro años dejó de insistir para que le permitieran internarse conmigo; venía todos los días y trataba de convencer a las religiosas de que ella estaba contagiada de lepra; después de un tiempo las hermanas preferían no abrirle y ella se quedaba horas tocando. Hasta que un día encontró la manera de asomarse por ese muro y desde entonces cada mañana nos miramos a los ojos durante un corto tiempo, lapso suficiente para darnos la fuerza necesaria para enfrentar el mundo y la alegría para seguir viviendo”.
Por eso, ama a los demás sin esperar nada a cambio, sin esperar recompensa, ama sin descanso y diles a todos sinceramente que los amas para hacerlos felices. ¡Es tan fácil hacer felices a los demás! Diles muchas veces, con palabras o sin palabras, que los quieres. Nunca creas que se los has dicho bastante. El amor nunca se da por supuesto. Atrévete a amar a los otros una y otra vez sin cansarte jamás. No importa si no se lo merecen. Ellos necesitan de ti para ser felices y tú necesitas hacerlos felices para ser tú también feliz. Por consiguiente, no escatimes elogios sinceros. Muchas personas necesitan que les reconozcas su valor para poder sentirse contentos y creer que su vida vale la pena ser vivida.
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