Ni se compra ni se vende

Para conquistar la felicidad es necesario recorrer un camino arduo y a veces espinoso

/ Bernardo Gómez

Hace pocos días, y por puro despiste, entré a una conocida cadena de almacenes que se encontraba en ofertas. Me detuve un poco a observar lo que pasaba en mi entorno. Me pareció ver cientos de personas que como un enjambre de abejas, tocaban, repasaban, comparaban, calculaban, miraban y manoseaban una gran variedad de artículos de casa, ropa, mercado, etcétera. Embelesados, deleitándose con el dulce néctar del consumismo.

Advertí a un grupo que aguardaba impaciente a que el empleado de la tienda surtiera de nuevo una canasta que ostentaba el letrero de mitad de precio. Poco duró mi interés científico al ver un objeto que llamó mi atención; no sé en qué momento pasó, pero con una rapidez sorprendente ya estaba de primero, junto a la canasta, echándole el diente para compararlo. ¿Cómo negarlo? hacemos parte de este mundo capitalista, consumista y hedonista. Queramos o no, entramos con frecuencia a ese juego del mercado y poco o nada hacemos para evitarlo. Valdría la pena detenernos y reflexionar: ¿cómo tomar distancia?

Una luz de esperanza encontramos en la propuesta logo-terapéutica del neurólogo y psiquiatra Viktor Frankl, que fundamenta su teoría en la pregunta por el sentido; respondiendo de manera seria y responsable a ella lograremos salir del laberinto que se nos ha impuesto.

Gilles Lipovetsky, en su libro La felicidad paradójica, hace una interesante descripción del hombre contemporáneo –llamándolo, irónicamente, el Homo consumericus– como una especie de turbo consumidor, desatado, móvil y flexible, liberado en buena medida de las antiguas culturas de clase, con gustos y adquisiciones imprevisibles; que pasó de ser un consumidor influenciado por las dominaciones sociales a ser el hiperconsumidor al acecho de experiencias emocionales y de mayor bienestar.

El capitalismo reinante se ha dedicado a incentivar la demanda, a la venta y a la multiplicación infinita de las necesidades humanas. Han bastado solo unos decenios para una nueva revolución, con una novedosa jerarquía de objetivos, de costumbres y, por ende, una nueva manera de relacionarnos con las cosas, con nosotros mismos y con los demás.

Atrapados en el presente, con no muchas expectativas del futuro e ignorando de tajo el pasado, el hedonismo reemplazó las militancias políticas, y el afán por el confort y la diversión han depuesto los ideales de un mundo justo y mejor. Ha nacido una nueva religión que fundamenta sus principios en la comodidad; el vivir mejor se convirtió en una pasión de masas, en el fin ultimo de una sociedad democrática.

El materialismo de la primera etapa ha pasado de moda: actualmente asistimos a la expansión del mercado del alma y su transformación, del equilibrio y la autoestima. El hiperconsumidor, que por el hecho de serlo no deja de ser un hombre en sus tres dimensiones, se da cuenta de que no solo necesita bienestar material, sino que también necesita alimentar su espíritu y equilibrar su mente. No es casualidad el florecimiento actual de grandes ofertas de doctrinas orientales, de nuevas formas de espiritualidad y guías de felicidad y sabiduría, que ofrecen, como producto de supermercado, la felicidad interior.

Es sano y necesario recordar que el cultivo de la vida interior es un esfuerzo personal, que requiere paciencia, perseverancia y, en ocasiones, abnegación; que para conquistar la felicidad es necesario recorrer un camino arduo y a veces espinoso; que justamente, el andar ese camino nos capacita para ser felices; y que de ahorrarnos la caminada, nada logramos. La felicidad ni se compra ni se vende, solo se conquista.
opinion@vivirenelpoblado

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