En las mañanas y en las tardes, los perros corren libres en el parque de Ciudad del Río. Los propietarios se quejan del poco control que hay los fines de semana.
Por: Juan Pablo Tettay De Fex / [email protected]
Dobby persigue a Lola hasta el cansancio. El Sol cae y el viento alegra a este cachorro de dachshund (perro salchicha) que insiste en jugar con la perrita que con cuatro años ya no es capaz de seguir el ritmo. Son las 5:30 p.m. y la zona del parque que queda justo detrás del Museo de Arte Moderno se va llenando de perros. Cada uno es un nuevo compañero de juego para Dobby, que corre tras ellos.
Bajo un árbol, Luis Carlos Galeano lo vigila. En sus planes nunca estuvo tener un perro, pero hace dos meses una amiga le dijo que se quedara con él y al verlo, fue imposible decir que no. Viene desde su casa, cerca a Premium Plaza, todos los días para que el cachorro juegue por espacio de dos horas.
A las 6:30 p.m. hay alrededor de 15 perros. “Este es el parque de las mascotas”, dice Jaime Cano, propietario de Mi Lola, una pequeña burbuja ubicada en el costado oriental y en la que vende productos para perros. Allí llegan muchos caninos, pues saben que en los frascos del mostrador hay deliciosas galletas. Jaime es, además, paseador en la zona y conoce a muchos de los perros y dueños que cada tarde se acercan a jugar. “Creería que en las cuatro unidades del barrio hay entre 200 y 300 perros”, aunque no todos visitan el parque.
María Inés Ochoa es la dueña de Lola, una criolla que tiene en su sangre algo de pug. Es feliz durante la semana, sin embargo, sábados y domingos prefiere buscar otro lugar para sacar a su perrita, pues el parque se llena de perros visitantes cuyos dueños no controlan.
Jaime, por ejemplo, dice que es frecuente encontrar los lunes muchas heces que los dueños no recogen. “Es simple educación, si el perro usa la manga como baño, el propietario debería estar listo para recoger”. Pero muchos no lo hacen.
Una familia
Con la noche, los humanos llegan a casa y los perros saben que eso significa diversión. El juego es obligatorio. María Inés dice que los perros ya se conocen y que se quieren como si fueran parte de la misma familia. Los dueños también lo son y mientras los canes corren, los humanos comparten y conversan. Son espacios de socialización que se han perdido en las grandes ciudades y que, gracias a la dinámica de Ciudad del Río, se recuperan.
“Cada día viene más perros”, dice Irma Cano, esposa de Jaime, el paseador. La burbuja que ambos administran lleva un año y nació, precisamente, como una respuesta a que cada vez hay más canes que usan el parque como espacio de juego: Jaime pasea entre 25 y 35 perros al día en turnos de una hora, por lo que nunca tiene más de cinco al mismo tiempo. Oso, un criollo, se acerca a la burbuja, quiere una galleta y las mira insistentemente. Su dueño termina cediendo y le da una, no sin antes hacer que se la gane. Oso se aleja feliz y busca a otro compañero para seguir jugando.
“La gente acá es muy querida y conoce muy bien a sus mascotas, quienes tienen un perro agresivo nunca lo sueltan”, dice Jaime y explica que en un año que lleva en el negocio nunca ha visto una pelea grave entre dos perros. Hace sí un llamado a que la gente que visita el parque no deje basuras, pues en muchos casos los perros las comen y terminan intoxicados. Aún así, expresa que el parque es cómodo y seguro y que en él los perros están poco expuestos a un accidente con un carro, por ejemplo.
Se hace más oscuro, las luces se encienden y va siendo hora de regresar a casa. Con pelota en boca, muchos van a su hogar sabiendo que al día siguiente volverán a jugar con sus amos y sus amigos de cuatro patas.
Recuerde el Código de Policía
Para una sana convivencia, el Código de Policía establece que los perros deben estar sujetados con correa. También se impondrán multas a quienes no recojan los excrementos de sus perros y a quienes permitan que los animales esparzan en el espacio público el contenido de las bolsas y recipientes para la basura dispuestos para su recolección, entre otros comportamientos.