La semana pasada tuve la fortuna de regresar a Ushuaia, uno de mis lugares favoritos en el mundo. El arribo por avión es impresionantemente hermoso. Luego de más de tres horas de vuelo, y ya muy cerca del destino, se empieza a volar sobre montañas nevadas; entonces en el fondo se ve la bahía, y el avión empieza a descender pasando muy cerca a las montañas, da una vuelta, sobrevuela el mar y de pronto aterriza cuando encuentra tierra. Es lo más parecido que he encontrado a descender sobre el Olaya Herrera viniendo desde Bogotá.
Una vez pasado el susto y después de recoger el equipaje, uno se dirige al sitio que ha seleccionado para permanecer durante su visita a la ciudad más austral del mundo. El crecimiento de Ushuaia es asombroso, en la parte baja y cerca del mar ya no queda espacio y las construcciones nuevas se extienden cada vez más hacia las partes altas de las montañas circundantes, tal y como sucede en Medellín. Las ofertas de alojamiento son variadas, desde simples hostales hasta modernos hoteles de cinco estrellas, pasando por pensiones, hosterías y apartamentos que se rentan para estadías cortas.
Durante el verano austral, Ushuaia es un puerto muy visitado por cruceros de turismo, aquellos que llegan en sus travesías Atlántico – Pacífico (y viceversa) o los que se dirigen a visitar el continente Antártico; por estos días es normal la llegada diaria a su puerto de uno o más grandes transatlánticos, cada uno de ellos con más de 3.000 personas a bordo. Por otro lado, hay varios vuelos diarios desde Buenos Aires, algunos de ellos vía El Calafate y la zona del Glaciar Perito Moreno.
Este movimiento turístico ha servido de base para crear una muy buena infraestructura de servicios como, por ejemplo, excursiones marítimas a lo largo del imponente Canal del Beagle, brazo de entrada del Océano Atlántico hasta la ciudad, recorridos que permiten al viajero disfrutar del imponente paisaje circundante de la isla de Tierra del Fuego y de la Isla Navarino (Chile), de las pinguineras que hay en la isla Martillo y llegar hasta la entrada del Canal custodiada por el faro Les Eclaireurs.
Una de las excursiones lleva hasta la estancia Harberton, la estancia más antigua de Tierra del Fuego que en 1886 le fue donada al fundador de Ushuaia, reverendo Thomas Bridges, por el gobierno de Argentina. Una visita le permitirá al viajero imaginarse las difíciles condiciones de vida que afrontaron estos pioneros, los que a su llegada encontraron asentamientos de pueblos originarios, siendo los más conocidos los Yamana y los Selk’nam, hoy prácticamente desaparecidos. Estos pioneros convivieron armoniosamente con los nativos, quienes han desaparecido debido a la invasión del hombre blanco. El fascinante libro El Último Confín de la Tierra, de Lucas Bridges, narra en forma magistral la llegada del hombre blanco a estas míticas tierras y su interactuación con los nativos.
Con respecto a sus sitios gastronómicos, fue interesante observar cómo la oferta se ha ampliado con nuevas opciones de muy buena categoría, como por ejemplo Kalm Restó, lugar que se suma a otros tradicionales como Tía Elvira, Tante Nina y Kaupen (ya habíamos reseñado otros sitios en la edición 451 del 17 de noviembre de 2011); en ellos se puede disfrutar de los productos estrella de Tierra del Fuego: la centolla y la merluza negra, complementadas por unos fantásticos mejillones de Puerto Almanza y el inescapable y delicado cordero fueguino. Sobra decir que el acompañamiento ideal son los vinos argentinos, cada vez más cuidados por los bodegueros.
Vale la pena viajar los 3.000 y más kilómetros que separan a Ushuaia de Buenos Aires: la amabilidad de sus gentes, los imponentes paisajes, la rica historia y la novedosa gastronomía local lo justifican ampliamente.
Comentarios y sugerencias serán bien recibidos en [email protected]
Buenos Aires, noviembre de 2012
[email protected]
El paraíso de la centolla y la merluza negra
- Publicidad -
- Publicidad -