La labor del médico Juan David Osorio es acompañar a los pacientes terminales para que reciban una muerte digna, y a sus familias para que lo asuman en paz.
Cuando se piensa en la labor de los profesionales de la salud, se piensa en la vida: proteger la vida, mejorar la calidad de la vida, traer al mundo una nueva vida… Pero pocas veces asociamos su trabajo con la muerte, o, en este caso, con la buena muerte.
Esa es la labor de Juan David Osorio, médico cirujano, magíster en bioética y especialista en cuidados al final de la vida: ayudar a las personas a comprender y asumir con tranquilidad la condición humana y natural de la finitud. Desde que terminó su pregrado en la Universidad CES, a Juan David le interesó el abordaje de las enfermedades crónicas y terminales. Su trabajo consiste en acompañar a los pacientes para que reciban una muerte digna, y a sus familias para que lo asuman en paz.
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Un trabajo que se logra a través del diálogo, de verbalizar un tema que hemos convertido en tabú. Pero es un diálogo al que no estamos muy acostumbrados. Su acompañamiento a los pacientes terminales y a las familias los lleva a reflexionar con tranquilidad sobre el proceso que están viviendo. Y dejar atrás las culpas, las ausencias, los temas pendientes, lo que pudo haber sido y no fue. Que se encuentren en paz para despedirse de la vida.
Con una conversación sincera y descarnada en el silencio que rodea a los moribundos, Juan David Osorio les ayuda a encontrar un final tranquilo de la vida, que implica el desprendimiento. La muerte de los justos, como dicen las abuelas.
¿Por qué estudió esa especialización? A los médicos les enseñan a cuidar la vida; es extraño que decidan cuidar a personas que están al final de la vida.
El deber ser del médico es entender que la vida es un proceso cíclico, y que de la manera en que nosotros invertimos tanto tiempo y estudio y conocimiento en el inicio de la vida, de la misma manera deberíamos invertir en el final, porque hace parte y atañe a todos los que somos mortales. Lamentablemente, en la medicina contemporánea, la enfermería, la sicología, el trabajo social, en las diferentes terapias, no se les forma en el último capítulo de la vida, que es el libro de la muerte. Y eso explica que nos encontremos con una condición de salud pública gigantesca, que es un montón de gente enferma, con una ancianidad extensa, ya por encima de los 75 años, y los médicos lo que les dicen es: “siga tomando su medicamento”.
Pero los pacientes tienen una dificultad, y dicen: “Es que estoy perdiendo la calidad de vida, la autonomía, la independencia, la percepción de vida digna, y vos no me has preguntado a mí que quiero. Con toda esta cantidad de enfermedades y limitaciones que están expuestas por la enfermedad, si no me podés agregar más calidad de vida, y lo que estas buscando es demorar la muerte… lo más práctico, lo ideal y el deber ser es permitirme morir bien y ayudarme a morir bien”.
Es lo que se llama eutanasia (eu buena; tanatos, muerte). Ahora circunscribimos el tema de la muerte digna y la eutanasia únicamente a la muerte médicamente asistida. Pero no es solo eso. En una población tan católica como la nuestra, cuando la gente habla de tener una muerte digna, se refiere a que no los expongan al cuidado, a una postración prolongada, a que no los tengan que cambiar o bañar los hijos, o alimentarlos como a un bebé… Y, lamentablemente, esas necesidades no las está resolviendo la medicina, ni la enfermería, ni la sicología.
Pero la formación en el tema de final de vida nos enseña a decirles a los pacientes: “Ahora sí, hablemos de lo que te atañe: tu terminalidad, tu mortalidad, tu muerte cercana. ¿Estas listo para conversarlo?”. Los pacientes dicen: “Sí, pero la familia no”. Entonces invitamos a la familia para que lo conversemos. Con frecuencia, cuando se está muriendo el paciente la familia le quita el protagonismo de su vida. Me dicen: “No le digás que se está muriendo, que tiene cáncer, que no se va a mejorar, que se va a limitar más”. Cómo no decirlo, si el protagonista es el que decide si continúa más o menos, o si se deja a hospitalizar o no. Con esta conversación, se puede llegar a una condición que le permita al paciente morir, de manera normal y natural, cuando sea justo. Es decir, si ya está extremadamente deteriorado, menguado, envejecer no es malo, la enfermedad no es mala, la muerte no es mala.
A veces es difícil que los pacientes terminales permitan los cuidados paliativos. ¿Cómo ayudan ustedes a que ellos reciban con tranquilidad el acompañamiento y los cuidados?
Lo que hacemos es ayudarles a encontrar a las herramientas. Uno no da herramientas para eso. Desde afuera parece muy fácil decirlo, pero no siempre lo es. Uno les puede decir: “Que te limpien, eso es comodidad; que no te expongan a una caída o un accidente, eso es seguridad; que no tengás un trauma, eso es tranquilidad. Vení, tratá de entender por qué, a pesar de lo difícil, de lo complejo, de lo indignante que implique que te hagan todo, lo que estás recibiendo es un incondicional y desmesurado amor, expresado en cuidados”. El trabajo es conducir al paciente a que llegue a recibir el cuidado con un poco más de calma, tranquilidad; con menos percepción de indignación, que es lo que suele suceder. Nosotros no solo manejamos el tema médico. Lo sintomático -el dolor, la asfixia- es lo más fácil-; es la parte sicoemocional, espiritual, familiar, social lo que atendemos.
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A veces el médico no se sienta a conversar por la falsa y absurda disculpa de que no tiene tiempo. Pero, por el código de ética, debe dedicar al paciente el tiempo que requiera, en función de sus necesidades. A veces no queremos apersonarnos de ese paciente, y vemos un montón de órganos o de sistemas que vienen a una consulta, buscando que se resuelva, como si fuera un mecánico. Y uno es más que órganos; uno es alguien que tiene una estructura física, pero también tiene una mente, una psique, un alma que hay que abordar. Y, en estas circunstancias, ese otro está sumamente aterrorizado por lo que se viene, que es la gran incertidumbre que nadie le va a resolver.
Claro, vivimos en una sociedad que no asume con tranquilidad el tema de la muerte. Es un tabú. ¿Cómo maneja este tema con los pacientes y con las familias?
La cosa es muy sencilla. Hay algo que yo utilizo mucho, y es la alegoría, la metáfora. El cuento le permite al otro encontrar herramientas que tenía, pero que la racionalidad no les permite asimilar. Nosotros sí somos una cultura de la muerte, pero una cultura de la muerte violenta. Si vas a Canadá o a los países nórdicos, allá no se ve la cantidad de muertes que vemos todos los días acá. Y es más fácil asumir la muerte natural que la muerte violenta.
¿Qué hacemos? Uno, recordarle al otro que es mortal. Dos, ubicarlo en su finitud. Tres, ubicarlo en el presente. Hay dos días en los que nosotros no podemos hacer absolutamente nada en la vida: el ayer y el mañana. Son los únicos dos días de tu vida en los que estás completamente maniatado. Y, lamentablemente, vivimos mucho en el pasado, o vivimos mucho intentando asegurar el futuro. La enfermedad te invita al hoy, y la muerte con más razón.
Entonces establecemos un diálogo que les permite encontrar ese balance y decir “valió la pena”. A veces dicen: “Es que me faltaba mucho”. Y yo les digo: “No, creíste que te faltaba mucho, pero eran simplemente imaginarios, ilusiones, proyecciones creadas que nadie te dijo que se iban a cumplir”. Los ubico en el presente, les ayudo a resignificar la vida, a darle importancia a lo que se ha hecho, y estar en paz con su realidad y con su historia; y, en ese orden de ideas, a que no vivan más en el futuro, sino en el presente. Lo que la enfermedad les permita… hasta que la muerte se los permita.
¿Lo mismo con las familias de los pacientes terminales?
La mayoría de las consultas que yo hago son con la familia. Es muy raro el paciente que le dice a uno “cierre la puerta”. En general, los pacientes son abiertos a que los familiares estén presentes. Entonces uno hace en simultánea el trabajo con los dos. La consulta es un tiempo para resolver angustias personales, emocionales, espirituales con el paciente y su familia, y lograr, en esa conversación de tres, acercarlos a la necesidad real del moribundo.
Hacemos el abordaje a la familia para asegurar que el paciente tenga lo que requiera. Desde lo clínico, que esté controlada la asfixia, que este controlado su delirio y que no tenga dolor, para que tengan la certeza de que físicamente el cuerpo tiene las herramientas para morir. Síquicamente, solo necesitamos confiar en que podemos morir bien, y renunciar al final a la conciencia. Y la espiritualidad no necesita nada más que los dos anteriores se pongan de acuerdo, para poder terminar bien.
Al momento de la muerte surgen temas familiares pasados, culpabilidades, asuntos pendientes. ¿Cómo maneja estas situaciones?
Si, es cierto, pero nosotros lo que tenemos que hacer es aprovechar el hoy, porque hay muchas situaciones que no se lograrán resolver, porque ya no tienen tiempo. Una frase que yo les digo a mis pacientes es: la muerte es un motivo para aprender a vivir y poder morir bien. Tenemos todo el tiempo de la vida para prepararnos para el morir. Y nosotros, por no mirarla, cuando llega el final ya no tenemos el tiempo suficiente para arreglar eso que vos estás diciendo… Se encuentran en un escollo: “Tengo un montón de culpas, un montón de pendientes, de ausencias, necesidades…”. No, ya no tenés pendientes. Hay dos opciones: o te angustiás por eso, sin resolverlo; o te pones en la tarea de resolverlo con los recursos que tenés en este momento; o entrás en paz con eso, así no lo resolvás. Pero, entre el quedarte angustiado o el quedarte tranquilo, el mejor camino es el tranquilo. Entra en paz con tu realidad, con tu mortalidad, y sigue derecho caminando.
Uno procura controlarlo: que lo que no se resolvió, que cada cual lo asuma y que se pongan en paz en ese momento. Es que las familias en Antioquia y en Colombia, incluso en Latinoamérica, son extremadamente disfuncionales; hay unas historias de familia muy largas que no se resolverán en días. Lo que yo les digo es: hagamos una zona de concesión; en este momento estamos en función del familiar y usted. Lo que pasó, déjelo atrás. No desaproveche el tiempo en cosas que no va a resolver ya.
Con la pandemia, estamos viviendo una especie de duelo colectivo. La muerte está muy presente. ¿Qué mensaje les da a sus pacientes para abordar este tema?
Hay una cosa que yo les digo, y es que la vida no nos alcanza para hacer todo lo que queremos, pero sí por lo menos para estar satisfechos con lo que logremos. Depende de nosotros que intentemos estar en paz con esa realidad, y en la medida en que renormalicemos lo que es normal, será más llevadero el proceso de enfermedad y de muerte.
Eso es lo que el coronavirus nos ha puesto en conflicto: ubíquese en el hoy, ubíquese en su realidad, mírese hoy usted, y si está bien, está bien. Lo primero es reconocer que somos individuos; vivimos en sociedad, pero morimos en individualidad, el otro no se muere conmigo. Si yo tengo presente eso, no sigo viviendo en función del otro, como sucede con nuestra sociedad occidental.