Debemos conversar sobre la muerte cuando estemos vivos

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Como a todos, el COVID-19 también le cambió la vida a Stella María Navarro Estrada. Empezando porque trabaja en la Unidad de Cuidados Intensivos, UCI, de la Clínica Universitaria Bolivariana, desde que se graduó como intensivista hace 15 años.

“Una UCI es el sitio donde les damos a los pacientes una última oportunidad, en una situación muy grave”. 

Su horario se incrementó una tercera parte, pero su responsabilidad se duplicó o se triplicó; ahora se le muere el 30 % de los ingresados, frente al 15 % de antes; y usa una vestimenta que la hace parecer como un astronauta… 

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Sobre pacientes y familias

Durante el COVID ha tenido menos tiempo para hablar con las familias de sus pacientes, “porque el acompañamiento de las familias ha sido muy pobre”; pero el de los pacientes ha sido mejor. Ahora puede hablar más con ellos, porque llegan más conscientes, y a pesar de que “la comunicación ha sido horrible por mascarillas y caretas. Aun así, en momentos difíciles, hemos podido tener una que otra conversación y tener claridad sobre las cosas”.

Cuenta que ahora suelen llegar a Cuidados Intensivos con más miedo a la muerte, -quizás por todo el bombardeo de información de los medios, mitad verdad, mitad mentira-; y negando la existencia de la muerte. Por ejemplo, un paciente al que van a entubar –generalmente con alto riesgo de muerte- que le preguntan si quiere despedirse de su esposa, a lo que él contesta: ¿despedirme? ¿Por qué? No, después hablaré con ella. De hecho, ese paciente no está asumiendo su riesgo real de muerte.

Otra actitud que ha identificado Stella es que mucha gente reconoce la presencia de la muerte, pero no la menciona, es innombrable. Esa actitud, por ejemplo, en el paciente que antes de ser entubado le pide que lo comunique con su esposa para recordarle que conecte el celular todos los días; o en la petición de otro paciente para que su gatico se lo den a no sé cuál de sus sobrinos.

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Como profesora

Stella, además de Medicina y Anestesia en el CES, estudió Cuidados Intensivos en la Bolivariana y Bioética en la Universidad del Bosque en Bogotá. Y es profesora en el CES. Con sus estudiantes, trata de que lo que pasa en el hospital, los chicos lo puedan comprender en clase. Los hace reflexionar, más que llenarlos de datos y conceptos. Busca que se quiten su bata de médico y se pongan en la piel de un acompañante o en la de alguien que está en una camilla, “y eso a uno le cambia el mundo. Entonces, parte del ejercicio es, venga cambiemos el mundo y hablemos del sufrimiento, y hablemos de las cosas que hacemos nosotros, que tanto sufrimiento generan”. Intenta que sus alumnos no ejerzan, como está descrito el oficio del intensivista, que es evitar que la persona se muera, para lo cual tiene todo el conocimiento”. 

Su vida personal 

Pero también su vida personal le ha cambiado, aunque la verdad, no mucho. No pudo volver al coro, cuya asistencia había reanudado justo antes de que empezara el COVID-19, por un problema de salud que la había alejado de él; entonces, como no podía cantar se dedicó a sembrar matas, y hoy tiene una “selva” en su apartamento, donde vive sola; y tampoco pudo ir a Alemania, a dos pueblos que ama: Steinau y Schlüchtern, donde encuentra paz y se siente bien consigo misma, y adonde viajaba cada año desde hace cinco.  

Algo que no le ha cambiado es su vida social, porque no era muy intensa. Stella es independiente, solitaria, de pocos amigos y de reuniones con no más de dos o tres personas; así que nada de eso ha extrañado. 

Frente a la muerte

En lo que sí se mantiene firme es en su forma de enfrentar la muerte… Ella tiene muy claro que su tarea como intensivista “no es salvar vidas, porque todos somos mortales” –al contrario de lo que piensan algunos médicos-, “yo evito muertes prematuras. Y si entiendo eso, acepto que mi labor no es mantener a la gente viva a toda costa, sino hacer que lo que le quede de vida sea la mejor posible”. Además, porque ese procedimiento atenta contra la dignidad del paciente. 

A Stella Navarro, médica intensivista de la UCI de la Clínica Universitaria Bolivariana, el COVID sí que le cambió la vida. Pero su dura tarea sigue siendo evitar las muertes prematuras, no salvar vidas, porque todos hemos de morir.

La explicación es esta: la UCI ofrece otras opciones más allá de la muerte. “Si llega un paciente a la UCI yo siempre creo que se va a recuperar y que ojalá se recupere bien. Este es el punto más difícil para mí. Porque una cosa es sacar una persona viva con posibilidades de participar de la vida; o que puedan salir vivos, pero en unas condiciones que posiblemente nadie quisiera quedar: en estado vegetativo, mutilado, con dependencia altísima…”. 

En este caso, puede suceder que la familia acepta cuidarlo, cambiarle pañales el resto de su vida, por ejemplo: “Yo digo que un paciente no tiene por qué terminar en estado vegetativo, porque su pariente no supo cómo elaborar el duelo…”. Eso se refiere a esas situaciones en las que la familia prefiere el paciente vivo sea como sea.

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“Eso no es digno para el paciente, solo por la tranquilidad de la familia”. De ahí la importancia de que conversemos sobre la muerte cuando estemos vivos. Así ocurrió en el caso de su mamá, y Stella lo contó en Twitter con el título de Dejar morir a mi madre. Después de hablarlo con su madre y sus hermanos, tomaron la decisión de nada de clínicas ni UCI cuando se volviera a poner mala. Y así fue a la próxima. Aunque Stella sabía que en seis horas podría sacar a su mamá de la crisis, eso no era lo que habían conversado. Y su mamá murió tranquila, rodeada del amor y la compañía de sus hijos. Y eso es un orgullo para Stella.

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