Hoy el fútbol es profesional porque pagan por jugarlo. Por eso es imperioso volver profesionales a sus jugadores: carreras más fructíferas y capacidad para lidiar con la vida después de los 40.
La imagen de Andrés Ricaurte, el mejor volante del torneo local, presentando su examen de Educación Superior luego de un clásico entre Medellín y Nacional puede ser una de las más atípicas del fútbol colombiano. Pero una de las más necesarias.
Ricaurte, de 27 años y nacido en Medellín, es una de las grandes figuras de la Liga Águila-II, que juega su final entre el DIM y el Junior. Volante 10 del Poderoso, debe alternar los entrenamientos con las clases a distancia en su pregrado de administrador de empresas en el Politécnico Gran Colombiano. Está por terminar el octavo semestre, y ser, como su padre Carlos, uno de los pocos jugadores y profesionales, en el extenso sentido de la palabra.
Otros dos jugadores sorprendieron por su trabajo académico. El bogotano Francisco Nájera terminó su carrera como jugador en actividad el mismo día que fue nombrado Gerente Deportivo de Atlético Nacional, institución en la que logró 12 títulos. Nájera desde 2013 adelantaba sus estudios de Administración de Empresas en el Ceipa Business School.
“Empecé mi formación universitaria pensando en tener opciones cuando dejara el fútbol. Aproveché el tiempo en las concentraciones para hacer trabajos de la Universidad”, fueron las palabras del exdefensor al momento de contar su nueva aventura en un lugar que supo ocupar Víctor Marulanda, exjugador e ingeniero industrial de la Universidad Autónoma Latinoamericana.
Bréiner Castillo, exarquero de Colombia, anunció su retiro casi al tiempo que mostraba sus tres cartones: analista en gerencia deportiva institucional, administrador de instituciones deportivas y analista en marketing deportivo, obtenidos en Uruguay. Y aunque su idea es convertirse en entrenador, ya hace los primeros pinos en administración con la escuela Cancerbero, de la que es socio fundador junto a David Ospina, Andrés Saldarriaga y Jaime Barrientos.
Que los futbolistas estudien no es nuevo. Los dos máximos entrenadores en la historia del país fueron profesionales: Gabriel Ochoa Uribe es graduado y especialista en Medicina Deportiva, mientras que Francisco Maturana es odontólogo. En la lista se puede contar a hombres de selección como Carlos Ricaurte (papá de Andrés), Mauricio Molina (está terminando una carrera que comenzó en Corea del Sur), Luis Alberto García (administrador de empresas), o jóvenes como Felipe Aguilar y John Duque. Nada nuevo. Pero sí necesario.
Hoy el fútbol es profesional porque pagan por jugarlo. Nada más. Por eso es imperioso volver profesionales a sus jugadores: un juego mejor entendido, carreras más fructíferas, cuerpos técnicos mejor estructurados (esa combinación tan anhelada de camerino y academia), así como exjugadores más capacitados para lidiar con la vida después de los 40 años. Para el futbolista es necesario saber qué hacer con el mucho o poco dinero que gana, y saber que su actividad es limitada. Hoy el camino más recorrido es estudiar para ser entrenador. Pero no debe ser el único.
A corto y mediano plazo, la meta es más difícil: profesionalizar al futbolista. Hoy es un hombre superdotado con el balón, pero apenas un primíparo en cómo manejar su vida. Con gente como Ricaurte, Bréiner y Nájera, los primeros pasos están dados.