Por: Jorge Alberto Vega Bravo
En los siglos seis y cinco a. de C., comienzo de la época cultural greco-latina, la humanidad dio paso a un proceso evolutivo que corresponde al desarrollo del alma racional; la tarea esencial para la conciencia de la época fue despertar una nueva forma de pensar, puesta de presente en la filosofía griega, y develar el enigma de la muerte. El hombre sabía que la tierra no era una masa grosera, un cuerpo mineral muerto como lo piensa la geología. En ese tiempo la humanidad sabía algo que debemos reaprender hoy: La Tierra es un organismo y tiene un alma. El alma de la tierra también tiene su destino, tiene sus ciclos y sus ritmos, puestos en evidencia en las 4 estaciones, en los ciclos lunares y solares.
Cuando estamos en el invierno en el hemisferio norte, estamos en la época en que el alma de la tierra está totalmente unida al planeta y mantiene la vida de los numerosos espíritus elementales. Estos espíritus conservan las semillas sembradas en otoño, durante el tiempo de invierno. “Si consideramos el tiempo opuesto, el tiempo del verano, tendremos lo siguiente: lo mismo que el hombre aspira y espira el aire, así también la tierra aspira su alma durante el invierno y en el verano la tierra se halla totalmente espirada, trasladada a las vastedades del Cosmos” (R. Steiner). En primavera, cuando renace la naturaleza, la humanidad ubica la Pascua de Resurrección, como momento en que celebramos la victoria sobre la muerte.
En otoño, la naturaleza empieza e recogerse; la fiesta otoñal que originalmente era la fiesta de la cosecha, solo en el siglo 19 se relaciona con un ser de la jerarquía espiritual llamado Micael (conocido como el arcángel Miguel e inadecuadamente nombrado como San Miguel. La santidad es una meta humana. Ángeles y arcángeles están por encima de ella). Micael significa: ¿Quién es cómo Dios? Y una respuesta sería: el ser humano.
Cuando el hombre introduce en sí la naturaleza exterior, esto es, cuando respira, se alimenta y percibe el mundo, crea un espacio interior que es el espacio del alma (ánima en latín es aire). Y en este espacio interior crea una morada para el dragón. El dragón representa las fuerzas animales primitivas, la naturaleza instintiva animal que aún mora en nosotros. En la tradición persa antigua esta fuerza de la naturaleza inferior era conocida como Ahriman y se oponía a la fuerza solar conocida como Ahura Mazdao.
La figura espiritual de Micael -cuya fiesta se celebra el 29 de septiembre- aparece como necesaria para esta quinta época cultural de la humanidad que se inicia en el siglo 15. La tarea central de la conciencia humana en este tiempo es develar el enigma del mal y su papel en la evolución de la humanidad.
Micael es representado artísticamente luchando contra el dragón, con una espada o una lanza de hierro meteórico. La lanza representa la verticalidad que vive en el yo humano. El hierro representa la fortaleza interior que vive en nuestra sangre. La lucha de Micael se traslada al interior del ser humano y es la lucha de la naturaleza superior con la naturaleza inferior. Cuando Micael nos ayuda a vencer el animal en nosotros, surge fortalecido nuestro yo superior y nos hacemos verdaderamente humanos. Micael tiene la tarea de acudir en ayuda del alma humana que se sumerge en la materia. Micael se mueve “entre luces y sombras, ruidos y murmullos, dichas y amarguras, calores y fríos (…) como ser mediador entre dos mundos (…) entrelazándolos en su centro” (Cristina Martínez)
Un aspecto de las fuerzas del mal que impulsan el proceso evolutivo de la humanidad está representado por el dragón. Micael representa la fuerza espiritual que nos ayuda a equilibrar estas fuerzas. En la próxima entrega profundizaré en el tema del encuentro con el mal y la posibilidad de transformarlo.
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El dragón en nosotros
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