/ Jorge Vega Bravo
El cáncer es una de las enfermedades más temidas por la humanidad y hasta hace poco sinónimo de muerte. El cáncer evoluciona con el crecimiento autónomo de un tejido vivo, cuyos mecanismos de control se han alterado; tiene un comportamiento que se aleja de la organización vital y se reproduce de manera intensa, desordenada y egoísta. No existe ningún otro campo médico en el que se invierta más dinero, con más incertidumbre en los resultados. En Colombia, casi la mitad del presupuesto de salud se emplea en el tratamiento del cáncer a pesar de que es la tercera causa de muerte.
La medicina actual recorre un camino investigativo que aún ofrece perspectivas limitadas y resultados oscilantes. Sin embargo, “en la Oncología moderna existe un dogmatismo casi fanático que se hace evidente en el principio de la exclusividad, ya que cree que es la única vía competente para esta enfermedad. En ningún otro campo médico se defiende con tanto absolutismo la prueba científica. ¿De dónde procede esta intolerancia en un campo que no se acompaña de grandes logros?” (V. Fintelmann).
R. Steiner afirmaba que el cáncer y su tratamiento pueden ser el puente para lograr acercamiento y diálogo fecundo entre los métodos científico-naturales y los métodos científico-espirituales que inaugura la antroposofía. Y aunque la brecha que nos separa parece profunda, en algunos países como Alemania, Suiza, Brasil, Argentina y Perú, esta brecha se está cerrando.
El 19 de octubre se celebra el día mundial contra el cáncer de mama. Lleno de preguntas y con la profunda convicción de que es necesario dirigir la investigación hacia el ser humano como un todo, vengo explorando hace cinco años otras opciones para el tratamiento del cáncer; la formación en oncología integrativa antroposófica y el encuentro con los pacientes, me mostraron el camino. El jueves 3 de octubre participé -con el cirujano oncólogo Juan David Figueroa- en el conversatorio Mitos y realidades del cáncer de mama, organizado por Vivir en el Poblado y el C.C. Santafé, y tuvimos la oportunidad de introducir una visión ampliada del cáncer de mama y someterla a debate, a preguntas, a propuestas. No tuvimos una discusión intelectual, sino un diálogo científico nacido de la fraternidad, buscando la verdad desde una fuerza común. Aportamos elementos para vencer el pánico social al cáncer y ubicamos las realidades de su incidencia, su diagnóstico y su tratamiento actual.
Solo si nos atrevemos a quitar el velo tras el cáncer y a revelar su esencia, podremos llegar a una terapia racional, a una oncología integrativa, a una auténtica curación. Un ejemplo de este camino lo tenemos en una paciente con cáncer de mama que atendimos en común y que fue la real gestora del encuentro: ella decidió, tras una recaída de su cáncer, no repetir el camino ya recorrido de la cirugía, la quimio y la radioterapia, y percibió en la profundidad de su biografía el sentido de su enfermedad. Con el acompañamiento de su oncólogo, inició un camino donde combinó la transformación de sus hábitos de vida, con el tratamiento coadyuvante de muérdago –Viscum album europeo– y terapia artística. Tres años después muestra remisión de la enfermedad.
Para superar y comprender auténticamente la enfermedad tumoral ‘necesitamos fraternidad y tolerancia’, necesitamos construir puentes. Este es un llamado respetuoso y apremiante a los colegas oncólogos.
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