Se murió Martha, se nos murió Martha Cecilia Vélez, su optimismo, su palabra, sus enseñanzas, su risa y sus ganas de ir más allá en el camino de la conciencia, están en mí.
Me encanta lo que hago. Cuando uno en la vida hace de su pasión una forma de vida, desaparece del trabajo la dimensión de rutina, de obligación, de pesadumbre. Me dedico al Tarot, eso digo, aunque en realidad me dedico a mirar la vida (y mi vida) a través de cada ser humano con el que tengo contacto.
Esa mirada sobre la vida es el camino del espíritu. La carne es efímera y el alma arrastra emociones personales, arcaicas, de otros, aun las que están por venir. Lo único que es y será es el espíritu y aunque a casi nadie le guste hablar del tema – ¡y eso es lo único que hago, hablar del tema! – la vida espiritual es lo que da sentido a la vida, a la muerte, al instante.
La vida espiritual, esa dinámica constante del sorprendernos, de despertar a lo diferente, donde nada es un ya realizado o adquirido, donde lo único que debemos ejercer es la vigilancia, velar por el cada día sin darle matices de logro, sin la ilusión de la bocanada dichosa de la realización y el confort interior.
Dice un monje zen: todo cada día hay que volverlo hacer.
El sentido de la dicha, el de la amargura, el de la zozobra y el de la remembranza no pueden detenernos. Se nos escapan como el agua entre las manos en la medida en que creemos avanzar en ese camino, hacia ese fuego que nos purifica y quema: el espíritu.
Gran misterio que nos invita a buscar, a caminar por senderos que nos transportan a tierras nuevas y nos sumergen en abismos infernales, hasta intuir que uno es el misterio, la tierra nueva y el abismo. Y todo al mismo tiempo.
Creer en el misterio del espíritu en uno, es lo que nos permite caminar con los ojos abiertos y morir con ellos llenos de luz, de conocimiento de sí, de los demás seres humanos, del universo y de los dioses. Creer en el misterio nos nutre y cada día es diferente, por eso tratar de revivir cualquier experiencia que nos alimente es retroceder, querer adormecernos, entrar en el exilio de nosotros mismos.
Cada despertar es un aprendizaje y una enseñanza que nos genera libertad y nos invita a ese viaje del espíritu donde todo tiene por vocación transformarse en oro. Somos oro, luz, claridad en potencia, libertad de devenir.
Hace 45 años conocí a una mujer y con ella, con su amistad tan intensa, tan urgente, supe que la vida es una pasión cotidiana por mantener los ojos abiertos, por ser consciente. Se murió Martha, se nos murió Martha Cecilia Vélez, su optimismo, su palabra, sus enseñanzas, su risa y sus ganas de ir más allá en el camino de la conciencia, están en mí. Por eso tal vez se pudo ir. Se anticipó en un nuevo camino, eso también le encantaba, anticiparse.
Cómo hubiera querido retenerla por siempre. Gracias Martha, Gracias Flora. ¡Hasta la muerte!