Optimista por herencia y convicción, creo que este mundo va a cambiar no por guerras o por catástrofes, sino que algo diferente y extraordinario va aparecer para el ser humano.
La incertidumbre genera temores, en nuestro cotidiano es sinónimo de confusión, de delirio y de sueños. Cambiar es el verbo de moda. Lo que percibimos del avenir es tramposo, es fantasía, una parte mínima del cuadro que desconocemos. Cambiar es la exigencia que abruma, pero cambiar también es la necesidad que nos impulsa. Y las oleadas de tecnologías nos mueven, como si el control estuviera en manos de ella y las decisiones estuvieran bajo el sello de sus pretensiones. El ser humano se está robotizando y los robots se están humanizando.
Quiero hablar de cambiar y de cambios. Convencida de las cimas – las más profundas simas y las más altas cimas- que esta transición nos propone, creo que el ser humano se encuentra en búsquedas de progreso con preguntas que muestran y esconden la necesidad imperiosa de encontrarse consigo mismo. Cambiar es un medio y un propósito que nos mueve en permanente tensión. Qué bien, mientras la tensión se manifiesta, hay vida y hay progreso. Tensión y progreso se sienten no solo a nivel individual sino también del colectivo. Las empresas buscan respuestas para sus estructuras y sus empleados, las asociaciones se cuestionan y pregonan la participación, las ciudades se mueven a ritmos y sugerencias incluyentes…
Y nos vamos bien lejos en el tiempo y encontramos tantas cosas vigentes. Pico de la Mirándola escribió: “Y así, nada es más útil al hombre que el hombre; quiero decir que nada pueden desear los hombres que sea mejor para la conservación de su ser que el concordar todos en todas las cosas, de suerte que las almas de todos formen como una sola alma, y sus cuerpos como un solo cuerpo, esforzándose todos a la vez, cuanto puedan, en conservar su ser, y buscando todos a una la común utilidad; de donde se sigue que los hombres que se gobiernan por la razón, es decir, los hombres que buscan su utilidad bajo la guía de la razón, no apetecen para sí nada que no deseen para los demás hombres, y, por ello, son justos, dignos de confianza y honestos”.
¿Y qué hacer? ¡Hacer! Cooperar, converger. Los procesos son lentos hasta que la chispa los descarga. Exige la transformación del ego para encontrar el yo. Conecta la razón con el corazón. Cuestiona los valores, nos hace evasivos y cuando la entrega a lo deseado aparece, todo en uno y en el entorno se transforma.
Optimista por herencia, asumida como convicción, creo que este mundo va a cambiar no por guerras o por catástrofes, sino que algo diferente y extraordinario va aparecer para el ser humano nuevo que ya somos: ¡lo imprevisto! Nadie sabe qué nos espera, pero una actitud abierta de pensamiento sobre el cambio como un futuro mejor e impredecible, es el primer paso.