Clarissa Pinkola Estéss escribió un himno maravilloso a la naturaleza y su capacidad de regeneración: El Jardinero fiel. Nada que ver con la película sobre la industria farmacéutica. Y en él la Pinkola narra tantas pequeñas historias que nos remiten al Árbol, a la naturaleza, al Paraíso, es decir a esta tierra. “A veces la gente pregunta: ¿Dónde está el jardín del Edén? ¡Vaya! El Edén está en este mundo, dondequiera que nos hallemos nosotros. Toda esta tierra al completo, bajo las vías del tren y las carreteras, bajo su gastada superficie, bajo los cascotes, bajo todas estas cosas, es el jardín de Dios… tan lozano como el día en que fue creado”. El texto es una gran invitación al cuidado de lo que “nunca muere”.
El árbol – Hombre centro, el árbol expresión de vida, símbolo de evolución, que siempre erguido se levanta hacia el cielo infinito. El árbol que nace y evoluciona gracias a sus raíces que se hunden en el mundo de las profundidades, el mundo subterráneo. Su tronco pertenece a la tierra, y sus hojas y ramas son atraídas por la luz, por el firmamento. De los infiernos a los cielos, en tensión, el Hombre, como nosotros.
Y como para completar el milagro de la naturaleza, donde el centro y lo más importante es el Árbol – Hombre, recordemos que en él están los cuatro elementos: el agua de la que se nutre y convierte en savia. La tierra y el aire que también lo alimentan y el fuego que surge por frotamiento.
Hablamos de árbol y también hablamos del árbol genealógico. Símbolo del crecimiento de la familia, de un pueblo. Es la representación de la historia familiar, donde plasmamos las relaciones entre los diferentes miembros. Árbol Hombre, Árbol Vida. Reconocer raíces es mantener el contacto con la esencia, con lo que hay que realizar en cada ser para dar frutos que siempre serán semillas, árboles, frutos. Y para recordar al poeta, Francisco Luis Bernárdez:
Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.
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