El árbol comparte con el hombre dos realidades: sus raíces en la tierra y sus ramas que se elevan hacia el cielo. En tensión se nos exige profundizar raíces y elevar los brazos, la mirada hacia lo celeste.
Los antepasados vieron en los árboles seres vivos y como tales los respetaron, a pesar del hacha que nos dejaron como herencia. El árbol, motivo de veneración, provee madera y leña, leyendas y elementales. El árbol era venerado y para muchas culturas era el eje del mundo. Y he querido retomar alguna culturas y sus árboles, para deleitar los recuerdos y clamar por los ellos. Lo haré en tres entregas dada la importancia que reviste.
El árbol de Yggdrasil es el fresno o el árbol de la vida que representa el universo dentro de la mitología nórdica. Del árbol brota miel y cuida a un águila que tiene entre sus ojos un halcón. Guarda también a una ardilla, a un dragón y a cuatro ciervos. Y cerca de sus raíces habitan las nornas, o señoras del destino. En él habitan nueve mundos.
El árbol Yaxché o Ceiba de los mayas, es el eje del mundo. Y el universo se estructura en los tres planos que se evidencian en la ceiba sagrada: el inframundo, el terrestre y el celeste. La ceiba, el árbol sagrado, acoge en sus sombra a los bienaventurados.
El árbol pipal (Ficus religiosa) es el árbol sagrado para los budistas, la higuera sagrada, bajo su sombra Siddharta Gautama alcanzó el nirvana. En la India el árbol es considerado como una antena, un punto de contacto con el más allá. Es evolución, fecundidad, reproducción, fuente de vida, ciclo.
El sicomoro, en el antiguo Egipto, es el árbol con que se hacían los ataúdes para las momias. Representaba a Nut, a Isis y a Hator. Además se sembraba cerca de las tumbas para que los llevaran al vientre de la diosa madre del árbol. De acuerdo con el Libro de los Muertos, hay dos sicomoros gemelos en la entrada de la Puerta Este del cielo, desde donde el sol emerge cada día.
En China el melocotonero es el centro de unión perfecto entre el cielo y la tierra. No arroja sombra ni produce eco. Y sirve de escalera al cielo. Evoca la idea de la inmortalidad porque la Reina Madre del Oeste tenía un jardín donde los melocotoneros daban frutos cada tres mil años y el que comiera de ellos, alcanzaba la inmortalidad.
Para los druidas, la encina. Los druidas fueron sacerdotes en Bretaña y la Galia. Poseían el don de la predicción, la sanación, eran maestros y jueces. Se conectaban con la encina para entrar en los ritmos biológicos de los vegetales. Para ellos la encina o roble, canaliza la energía transformadora. Simboliza la fuerza.
Cuenta la leyenda que el primer gran sembrador de árboles fue Abraham, que por donde pasaba los sembraba, pero que casi siempre demoraban mucho tiempo en crecer, hasta que llegó a Canáan y allí creció uno a gran velocidad. Ese árbol era protector con sus ramas para el creyente, pero cuando un idolatra se acercaba levantaba las ramas para no darle sombra.
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