“El curso del año tiene vida propia. El alma humana puede sentir esa vida y en la medida en que percibe la respiración de los ciclos anuales sentirá que crecen en ella fuerzas que unen el alma con el mundo en el que entró al nacer”
El ser humano actual no se prepara interiormente para la celebración de las grandes fiestas del año. Entre nosotros la preparación para la fiesta de Navidad suele ser exterior y se expresa con adornos y formas externas; la celebración gira alrededor de una gran fiesta familiar en la que abundan el licor, la comida y los regalos.
“Muy poco ha quedado de lo que nuestros antepasados sentían con gran intensidad: ese sentimiento profundo de vivenciar la relación entre el hombre, el cosmos y su fondo divino. Estos rasgos emotivos surgían especialmente durante estas épocas festivas porque eran una realidad para el alma. En estos tiempos, el alma tenía sentimientos distintos a las demás épocas del año” (R. Steiner). Se ha perdido la relación con la vida espiritual real y hallar una nueva relación emotiva, que nos conmueva, es parte de la misión de la Antroposofía.
Contemplemos el transcurso cíclico de la Tierra como una especie de gran respiración que ella efectúa frente a su entorno cósmico. Este proceso respiratorio de la tierra se pone de presente en las fuerzas que actúan en el reino vegetal, manifestación del cuerpo vital del planeta. Estas fuerzas hacen brotar las plantas en primavera y se retraen nuevamente dentro de la tierra en el otoño, haciendo marchitar los verdes componentes vegetales. Si observamos el crecimiento vegetal en el curso del año podemos tener una representación parcial de esta exhalación e inhalación de fuerzas.
“En el solsticio de invierno (21 de diciembre) la tierra acaba de inhalar y por decirlo así, contiene el aliento dentro de ella y lo elabora. Este es el tiempo en el que con razón se establece el nacimiento de Jesús, porque entonces la tierra está en cierto modo en posesión total de su fuerza anímica” (R. Steiner). En el solsticio de verano (21 de junio) la tierra se halla totalmente espirada, como trasladada a las vastedades del Cosmos.
El tiempo de adviento es un tiempo que nos prepara para la fiesta de Navidad. “Celebrar Adviento significa poder esperar; esperar es un arte que nuestro tiempo impaciente ha olvidado. Éste quiere quebrar la fruta madura cuando el retoño apenas aparece. Pero los ojos voraces son engañados muy frecuentemente porque la aparente fruta sabrosa aún está verde en su interior y manos irrespetuosas tiran desagradecidas lo que les causó tanta desilusión. Quien no conoce la dicha amarga de la espera, o sea del prescindir en esperanza, no experimentará la bendición completa de la realización…” D. Bonhoeffer (1906–1945).
Los 4 domingos que preceden a la Navidad constituyen una linda oportunidad para preparar el alma y el espíritu para su celebración. En la tradición cristiana se prepara la corona de Adviento y cada domingo se enciende una vela que simboliza la luz del alma que espera. Esto se puede acompañar con una construcción diferente del pesebre que nos recuerda nuestra cuádruple constitución e involucra de manera consciente a los 4 reinos de la naturaleza. La primera semana -sobre tela o papel apropiados- se empiezan a ubicar piedras, guijarros, objetos minerales. La segunda semana aparecen los vegetales y ponemos semillas, piñas de pinos, pajitas (el musgo lo dejamos en su sitio). En la tercera entran los animales: las ovejas, las gallinas, el lago de los patos. Y finalmente irrumpe el reino de lo humano y ponemos los pastores y a José y María iniciando su camino a Belén. Es un camino de preparación del que los niños disfrutan mucho y cada domingo, se canta, se encienden las velas y se narra la historia de los ángeles de Adviento que llegan cada semana con un mensaje específico.
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El Adviento: tiempo de preparación
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